Por más que me miro en el espejo ni me parezco a Hércules, ni a Aladdín, ni al príncipe Encantado, ni a Robin Hood. Quizás, si la noche anterior ha sido más larga de lo esperado y me acabo de despertar, luzco un peinado similar a la melena de Simba, una bobalicona expresión tipo Wall-E o un ligero tono azuloso propio del genio de la lámpara, en fin, que hago mala cara. Queramos o no, la factoría de películas Disney nos ha hecho mucho daño argumentando que vendía ilusiones a los más pequeños cuando en realidad los anestesiaba con aspiraciones que, pasados los 25 y con una barba que te tienes que cuidar cada cuatro días, quedan más lejos que El País de Nunca Jamás.
Ahora recogemos lo que nos sembraron. A ellas les hizo creer que cuando crecieran cada una sería la princesa de un reino encantado con miles de aldeanos que estarían felices de servirlas, que tendrían un unicornio blanco, o dos, y que si su vida se dividiese en bloques de aproximadamente 90 minutos, 75 se los pasarían cantando. Además de que un bravo príncipe guapísimo se desviviría por ellas después de salvarlas de un dragón, de una bruja malvada o de los malditos recortes, vaya usted a saber.
Por entonces, en el patio, los chavales andábamos más preocupados por marcar un gol y comernos el bocata de chorizo que no por cortejar a las muchachas, ni tampoco nos comíamos la cabeza pensando cómo puñetas íbamos a hacerlo para conseguir un unicornio blanco, o dos. De hecho, fueron pasando los años y no nos planteamos cómo solucionar el problema mientras lo que debía ser una lujosa melena al viento se transformaba en flequillos o crestas que concordaban con las estúpidas exigencias de la moda pasajera o en 'clapas' porque el paso del tiempo es inapelable y devastador.
Ahora pasa lo que pasa, y ya es demasiado tarde para arreglarlo porque si tú en una discoteca de estas que te machacan el cerebro con música estridente le entras a una teórica princesa vendiéndole que tienes el unicornio aparcado en doble fila y prometes llevarla a tu castillo encantado de Protección Oficial con 30 metros para ti solito, lo mismo te suelta una colleja o te cuestiona si has ingerido demasiados polvos de hadas.
Como dice la canción, "las niñas ya no quieren ser princesas" y los niños, añado, las preferimos humildes y no tan exigentes.
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