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Resultan muy curiosas las reacciones humanas ante un balón…

Hablas en voz alta, mientras Roig permanece adormecido, recuperándose a pasos agigantados de una intervención quirúrgica de la que, afortunadamente, ha salido airoso… Para divertirle le adviertes de que podría establecerse una curiosa tipología humana a tenor de como se comportan las personas ante los encuentros futbolísticos…

– ¿Qué? –te inquiere-.

– Así, por ejemplo, tendríamos al "aficionado-gafe"... El que, perdido puntualmente por una ciudad que desconoce, y vestido con la camiseta de su equipo, penetra por error en la "peña" del contrario en el preciso momento en que éste acaba de perder la "Champions". A partir de ahí, y durante una temporadita, se le reconoce con facilidad, Roig… Lleva, sin llevarlas, gafas de sol negras… O ese otro, el "aficionado-intermitente"…

– ¿El qué?

– El que compra el periódico y acude al bar de sus colores del alma o deja de hacerlo a tenor de los resultados del domingo. Y, natural, el "aficionado etílico"…

– ¿El etílico?

– Ese no entiende ni siquiera de fútbol, Roig… Es el que sale de marcha y tras ingerir todas las reservas alcohólicas del puerto confunde una de sus esculturas esféricas de cemento armado con una pelota y va y le arrea un chupinazo en plan "¡Pa chulo, yo!". A la mañana siguiente, Roig, el "aficionado etílico" se muda en el "aficionado filósofo" al preguntarse, muy serio él, por qué tiene el pie escayolado…

– Sigue –te ruega Roig -.

– Luego está el "nenazas". El que no aguanta un partido cuando algo importante anda en juego… El mismo que, para evitar riesgos cardio-vasculares, se coloca hábilmente unos tapones en los oídos y se dedica a pasear por el puerto durante los noventa minutos de la contienda a la espera del resultado final… Tampoco habría que obviar a los "aficionados corales tele-texto"…

Roig te mira ahora con preocupación. Probablemente se esté preguntando si te estás volviendo loco. A modo de ansiolítico, se lo explicas:

– Son aficionados que, formando masa coral, y reunidos en cónclave en cualquier bar, vitorean al unísono los goles de su equipo. Su griterío es tal que todo el vecindario se entera de que los suyos acaban de marcar. En época de crisis son muy útiles. Te informan, ahorran energía (el televisor puede estar apagado) y hacen prescindible un canal de pago. ¿Que están calladitos? La cosa pinta mal… ¿Que comienzan a chillar? Pues eso, que un éxito… A gol por chillido… Y si alguien es sordo, basta con verlos salir a la calle, una vez concluido el encuentro. Sus semblantes son inefables códigos no lingüísticos… ¿Y el "aficionado toca-kinders"?

– ¿El qué?

– El que se alegra más por la desdicha ajena que por la fortuna propia. Inevitablemente, tras la derrota del adversario, aparece por la mañana, en la "peña" del equipo rival, jugándosela, con el exclusivo fin de regalar, a diestro y siniestro, las más dolorosas pullas que su mente enfermiza ha ido ideando a lo largo de la noche. Es el que no despierta simpatías en mi, porque su actitud denota odio… Te cabrean, sí, Roig, los que son, más que propios, "anti", porque los sabes ruines, sectarios, enfermos…

Roig, que no entiende de rencores, pero últimamente sí de enfermedades; el mismo Roig que jamás se complacería en el mal ajeno; el mismo Roig que sabe que quien odia no hace sino convertirse en su principal afectado (y, por entenderlo, es tan feliz); el mismo Roig que tiene un corazón blanco es el que ahora te exige que no te tomes la cosa a la tremenda…

– ¿Y el listillo?

– ¿El listillo?

– Ese, Roig, al que el fútbol le importa un bledo… El que lo utiliza como excusa para irse de copas con los amigos… "Hoy hay partido, María". Y María, resignada, asiente. "Lo veré en el bar… Ya sabes". Y ella sabe… "¿No te importa, verdad, cariño?". Y ella, pues que no, aunque en el fondo sea que sí…

– Te olvidas del paranoico –te socorre un Roig ahora jocoso-. El que, cuando pierden sus jugadores, echa balones fuera –¿a qué cuadra la expresión?- y acusa a los árbitros, a Zapatero, a Aznar, a González, al hombre primitivo, a la suegra del portero, a la altura del césped, a Rajoy, a Merkel, al contubernio judeo masónico -como decía aquel señor tan bajito y que mandaba tanto-, a las almorranas de no sé que lateral, a la prima de riesgo y al I.P.C…

– Y luego está el "aficionado matemático" –prosigues-. El que hace eternas cábalas que auguran siempre el triunfo de los suyos y su victoria en todas las competiciones, aunque el equipo esté más perdido que un periodista de "Intereconomía" en una asamblea de "I.U."… ¿Y el "aficionado tontín"? El que siempre asiente y posee la extraña habilidad de llegar, al unísono, a dos conclusiones distintas. "Ha sido penalti" –le dice uno-. Y el tontillo asiente. "¿Pero qué dices, mamarracho?" –combate el otro-. Y el tontillo asiente de nuevo…

– Y me falta el loco, loco –continúas-. El que, cuando pierde el rival, lo celebra vistiéndose con la camiseta de quien lo venció, y va el tío todo el día con ella, con sus ochenta años a cuestas y creyéndose "Daniel, el Travieso"…

– ¿Y? – te pregunta Roig ante un silencio inesperado-.

– El verdadero. El que te agrada. El que aún conserva una mirada pura y sueña con la pelota agarrada entre sus pequeños brazos. El que juega en el parque, todavía. El niño que piensa en ser futbolista. El que no sabe de odios. El que entiende, realmente, la esencia primera y última del deporte y del concepto deportividad. El que para jugar sólo necesita eso: un balón y un parque. Y al que le sobra el odio y la visceralidad…

Y de repente, el "teletexto"… Alguien, en alguna parte, ha marcado un gol. Y es que hoy es domingo y toca…