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Acabo de pasar unos estupendos días en Londres. Por alguna razón, durante mi estancia en tan floreciente metrópoli mis indicadores de bienestar personal han llegado a rozar máximos históricos. ¿Motivo?

Poco claro en principio. Un precipitado y poco exhaustivo psicoanálisis me animó a aventurar algunas hipótesis al respecto: Quizás mi estado se debiera a los maravillosos momentos pasados con mi hija pequeña durante la representación de uno de sus papeles predilectos, cual es el de proveedora de pan, interpretado en esta ocasión en honor de la increíblemente numerosa y variada fauna avícola que nada o revolotea por la Serpentine de Hyde Park.

Segunda hipótesis: La pinta de Guinness, ingerida a ritmo suficientemente pausado como para ayudar a percibir el agradable fluir de la vida. Sostengo, por cierto, a este respecto que los pubs ingleses constituyen un importante hito de la humanidad desde el momento que procuran un ámbito incuestionablemente idóneo donde compartir espacio y tiempo de calidad con personal variopinto en un ambiente físico definitivamente cálido y acogedor (ahora además sin humo).

Tercera ocurrencia potencialmente explicativa del fenómeno en cuestión: ¿Puede que el subidón se deba al gratificante deambular sin rumbo, que en Londres te puede llevar a alternar gozosamente escaparates sorprendentemente atractivos con bellos edificios en zonas residenciales cuidadosamente ajardinadas, concienzudamente mantenidas y sorprendentemente aisladas del tráfico que fluye intenso por arterias cercanas pero mágicamente desaparecidas?

No, no era nada de eso, aunque también ayudara. De pronto, como un repentino chispazo comprendí que mi felicidad no se explicaba solo por lo que me rodeaba o acontecía sino sobre todo por lo que no me rodeaba y no me acontecía.

Siguiendo una costumbre que estoy seguro no constituirá motivo de crítica para mi amigo Pedro J. Bosch, durante los viajes no acarreo conmigo ADSLs ni itinerancias de datos* ni vainas del género. Y, gracias a ello ¡Llevaba días sin ver ni oír a Mariano con su recién adquirida pose de hombre de estado pretendidamente cargado de carisma, obviando empero en su discurso la explicación del porqué no se termina de producir la magia que con tanta insistencia predijo que se produciría en cuanto llegara al poder! ¡Llevaba días sin ver ni oír a Rubalcaba obviar las explicaciones del porqué no hizo en sus cercanos días de gloria lo que ahora ve tan claro que hay que hacer! ¡Qué maravilla, qué paz! En el Times y en la BBC, otro hombre, otro dramaturgo, David Cameron, seguramente también mintiendo y engañando a su pueblo, pero fuera completamente del alcance de mi estado de ánimo (aunque muy probablemente, por ignotos y sinuosos vericuetos Cameron me esté también buscando la ruina; pero en esto no quiero profundizar ahora que gozo de la ausencia maravillosa, si bien provisional, de mis admirados engañabobos patrios).

Afortunadamente los medios británicos tampoco prestan excesiva atención a nuestra fauna local de ladrones de guante blanco (tan numerosa por cierto como la de patos, ocas, cisnes y gaviotas que alimentó mi niña, solo que estos no esperan a que les traigas el pan, prefieren sustraerlo de tu despensa junto -de paso- con el jamón, al que no hacen ascos).

Mi bilis no ha estado pues estos días sometida a la enorme prueba de esfuerzo que consiste en constatar cómo se añaden regularmente nuevos capítulos a la serie de atracos con formato de EREs, de Palma Arenas con sus causas adosadas, de aeropuertos fantasmas, de financiaciones irregulares, de desviaciones de ayudas a la cooperación, de sentencias incomprensibles y demás logros de la puntera ingeniería del abuso.

De manera que gracias a un afortunado paréntesis de apagón informativo, mi alma, habitualmente atormentada por la gris y amenazadora realidad ha conseguido flotar al menos eventualmente por encima de las evidencias que señalan como en fase de cuarto menguante tanto al Estado del Bienestar como a nuestros derechos tan costosamente adquiridos en desigual batalla. Creo que no tardaré en viajar a ...por ejemplo Laponia , donde tengo entendido que además de no aparecer ni por asomo el señor Matas en los noticiarios, atan allí los perros con longaniza.

*Tal y como me aconsejó en su día un amigo, recomiendo a los lectores no avisados (si alguno queda) que tengan precaución con la itinerancia de datos. Las compañías acostumbran a practicar generosas sangrías a los incautos. Luego, los intentos de reclamación puede hacernos entrar en persona en el excesivamente estimulante territorio de la épica a manos de una trama de tele operadores , preferiblemente sudamericanos, magníficamente adiestrados para confundir , desesperar, atormentar la paciencia y finalmente destruir toda traza de aliento residual en el incauto que se vea atrapado en su red.