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Corren malos tiempos para la solera. Pero: ¿qué es? Resulta difícil definirla. Cuando tratas de hacerlo se te escapa y el concepto suena manido o a hueco. Y es que la solera, más que sujeta a definición, hay que sentirla. Se trata de una cuestión de sensibilidad respecto a una persona o cosa que la posee. La solera más que verse, aunque también, se palpa, se nota. Está contenida, por ejemplo, en un objeto, a veces antiguo, de madera o metal nobles y construido con amor de artesano, sin prisa, con detalle; es también una actitud un savoir faire. Oficio, clase, dedicación: ese largo tiempo en ejercicio que distingue al verdadero profesional del mindungui.

Malos tiempos para la solera, digo, en los que la prisa y eso tan horrible que llaman ahora "competitividad", (han creado un ministerio ad hoc ¡horror!), que no es más que el afán de lucro rápido, desmedido, de saco sin fondo, egoísta, impiden que los negocios duren, que los profesionales perfeccionen sus habilidades y la división del trabajo en el taylored system aburren al trabajador minando su autoestima, sin vocación alguna, fabricando siempre la misma pieza sin la satisfacción de la obra terminada, hecha de principio a fin, que caracterizaba al antiguo artesano.

Malos tiempos para la solera, repito. Sobre todo en la España eterna de la chapuza (o en la España de la eterna chapuza, que es casi lo mismo).

Por eso, por su escasez en nuestro país, cuando viajo por esa "España nuestra que nos helará el corazón", como, más o menos, decía Machado, busco insistentemente la solera y la valoro. Los periódicos viajes a "mi" Madrid -esa segunda patria mía después de Menorca, donde he pasado largos años-, son en realidad un recorrido por sus soleras. Aquella minúscula mercería llamada La Pequeñita de la Corredera Alta de San Pablo, atendida por esa amable anciana imprescindible en toda mercería que se precie y que lleva 50 años en el negocio, donde compro mis calcetines (mucho más baratos que en Mahón, of course); esa cafetería de la calle Prim, Rocafría, con camareros de toda la vida, que saben ya que vas a tomar solo con mirarte a los ojos, donde trabajaba Mario, el del mechón blanco, aquel que... bueno dejémoslo. Mario ya no está pero te siguen poniendo buenísimas tapas sin cobrarte el aperitivo, lo cual en Madrid se ha ido perdiendo.

Y que decir de los cuadernos de papel satinado de la papelería Salazar en el barrio de Chamberí. Salazar, una papelería con 150 años de existencia y donde tienen todo lo que te puedas imaginar en punto a escribanías. Cerca se encuentra El Galeón, la librería de viejo de mi amigo José que no cierra nunca ("mi librería de guardia", la llamo yo). El Galeón, donde Sánchez Ferlosio vendió toda su biblioteca. Debió ser duro para el Premio Nacional de Literatura vender los libros acumulados en años, por razones que desconozco pero que imagino relacionados con su bohemia crónica. Precisamente ayer le saludé en el Comercial. "Qué tal don Rafael, encantado de verle, últimamente viene poco por aquí", "sí, sobre todo desde que me he tenido que ir a vivir a la "Prospe", respondió. Ferlosio había sido vecino mío en la Glorieta de Bilbao, hasta que se mudó al barrio de la Prosperidad. El maestro está ya mayor, pero conserva ese brillo tan suyo en los ojos y ese talante de no haberse casado nunca con tirios o troyanos.

Precisamente el Comercial, el rey de las soleras del céntrico barrio: el café Comercial, con tantos años o más de existencia que Salazar, que más que un café es un ámbito, con un espacio que te acoge y con unos camareros entrenados para saber que uno va allí a pensar, a tertuliar o a escribir sin prisas. He vivido muchos años frente al café Comercial de la glorieta de Bilbao en pleno Chamberí, que ha sido durante mucho tiempo, para mí, lugar de reflexión y también de amistad con su dueño actual, Fernando, miembro de una saga (la solera suele estar formada por sagas) educada para la continuidad, desechando cantos de sirena de algún banco, que le habría comprado el local a millón por metro desde hace mucho tiempo.

Otra tienda deliciosa y de las que ya no quedan, situada en el mismo barrio, al lado de una donde se venden "lanas y perlés a granel" (otra delicia), es la cuchillería de Jerónimo de la Quintana, atendida por una señora que sabe más de cuchillos que Maki el Navaja. Allí la experta cuchillera me consiguió una preciosa navaja setera italiana (setera, viene de seta). Una verdadera joya. Los italianos (otra vez la solera) cuidan mucho la recolección de setas, (me lo contó Iván el dueño de "Casanova", la magnífica pizzería del puerto de Mahón ¡marchando otra de solera!). En Italia, por lo visto, hay regulaciones que no permiten recolectar más que un kilo al día, de cierta medida mínima para dejarlas crecer y con cesto de mimbre, ya que las bolsas de plástico pueden producir una especie de moho perjudicial para la salud. También se las debe cepillar, para expulsar las esporas y favorecer la reproducción micológica. La navaja italiana cumple estos requisitos, lleva su cepillo y una regla de medir.

Vamos, como aquí en España, tierra de personajes "atrapalotodo".

El paseo habitual por mi Madrid, por otra parte, no me hace olvidar esa pequeña e íntima patria mía que es Menorca. Suelo acabar el día tomando un chupito en el café de Mahón de la plaza del Dos de Mayo, donde la estatua de Daoíz lleva años sin su espada, arrancada de cuajo por algún gamberro botellonero. De todas manera no debemos preocuparnos: ahora llegará la Botella y lo arreglará todo. También suelo saborear un "57" en alguno de los quioscos de helados que la Menorquina tiene distribuidos por el centro de la capital. Por cierto: hay uno de ellos, precisamente, a la entrada de la calle Menorca, que está cerca del parque del Retiro. ¡Me encantan las redundancias!

Nota final: los "57" de la multinacional Menorquina-sin-"la" ya no son los mismos que hacía Fernando Sintes en los cincuenta del siglo XX. Las multinacionales, son, precisamente, los principales enemigos de la solera y sus métodos del "más y peor en menos tiempo" se han contagiado a toda la producción.

El año que viene más. Espero.
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