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Faltaban, exactamente, quince minutos… Miró el arma. Sería su bautizo de fuego. No era un asesino –se mentía-. Más bien un patriota. Quedaban lejos los años de aprendizaje y duro entrenamiento. Le parecía todavía oler el insoportable hedor de aquel contenedor de basura que ardía en la calle desasistida. Lo hizo bien… Su pueblo –aquel al que su organización representaba- permanecía oprimido bajo una bandera que no era la suya. Su cerebro no había sido programado para formular preguntas. Tal vez por ello no se cuestionó, jamás, quién les había dado legitimidad, o aquella patente de corso… Quien, en definitiva, les había nombrado hijos únicos e inequívocos representantes de aquella nación sometida. Faltaban, exactamente, quince minutos…
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El adolescente se sentó en un banco. Intentaba recuperarse de aquel "no" a su primera propuesta amorosa. Había bebido en exceso… Desnudó la ciudad: a las 6'45 de la mañana se asemejaba a un camposanto. Un borracho dormía en los rincones del desamparo, mientras una pareja se besaba con pasión bajo una farola que a duras penas podía alumbrar los infinitos del parque. A los lejos un anciano madrugador paseaba con poética parsimonia un perro que le igualaba en edad y torpeza. Decidió regresar a casa. Aunque se le hacía difícil. La negativa de ella ardía y el alcohol hacía de sus pasos permanente burla a los rectos caminos. Tras dejar los jardines de los marginados cruzó la calle, sin percatarse de esas dos luces que, dirigiéndose hacia él, no eran sino cotidiana personificación de la muerte…
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A las 6'45 ÉL abandonó su puesto de trabajo. Envejecido, se despidió de sus compañeros de oficio, mientras se dejaba acariciar por la brisa recién parida y la rutina diaria. Anhelaba, únicamente, llegar, como siempre, a su hogar. Apenas cinco minutos separaban la oficina de su sofá. Miró el reloj… Si no se entretenía sucumbiría a sus cojines a las 6'50…
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No era un asesino –seguía mintiéndose-. La organización había esbozado una nueva estrategia que él tendría el honor de estrenar: la generalización del terror. Cualquiera podía ser, a partir de la fecha, objetivo suyo… La sed insaciable no se calmaba ya con políticos, ediles, guardia-civiles o policías… La liberación de su territorio exigía víctimas inusuales, ordinarias, aleatorias… A las siete dispararía sobre el primer ciudadano que se adentrara en el callejón…
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Actuó con enorme rapidez. El coche impactaría con el adolescente ebrio en cuestión de segundos… El oficinista se abalanzó sobre su pequeño cuerpo aún en ciernes y lo apartó de su destino. El muchacho tardó en comprender que gracias a aquel anónimo ciudadano le había hecho un corte de mangas a la muerte. ¡UF! Ambos, ilesos, intentaron tranquilizarse. Tras una carcajada se hicieron una foto con el móvil del chaval… No lo sabían, pero todo había transcurrido en tan sólo diez minutos…
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A las 7'00 horas alguien se adentró en el callejón. El patriota (se mentía) efectuó el disparo. Sólo memorizó del atentado los ojos de la víctima: ojos verdes, grandes, vívidos, que vomitaban sorpresa e inquirían un por qué… Siguió las instrucciones del manual y se deshizo del arma homicida…
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A las 7'20 el patriota (se mentía) cruzó el umbral de su puerta. Ella no preguntó. No le agradaban las preguntas retóricas. Una pequeña mancha roja vomitaba, repleta de expresividad, la repugnancia de su oficio. El hijo del patriota (se mentía), un adolescente que olía a alcohol, se abalanzó sobre su padre. Le contó lo ocurrido. Todo había sucedido en diez minutos… Para ilustrar la heroicidad de aquel ciudadano anónimo, su salvador, le mostró la foto, su rostro... Al mirarla, el patriota (se mentía) vio, por segunda vez, aquellos ojos verdes, grandes, vívidos… Cuentan que fue la única ocasión en la que experimentó algo parecido a un sentimiento…