INDIGNADOS. Personificaban (¿personifican o personificarán?), inusitadamente tarde, lo que estaba "cantado": el malestar. Y su llegada olía como a mañana recién parida, esa que huele a limpio y a rocío. Junto a su asco, vomitaron su exigencia de que las cosas cambiaran… Tras su hazaña de Sol suscribieron un manuscrito que, probablemente, hubierais suscrito también todos… Aunque no aportaba nada nuevo. Hacía ya tiempo que infinidad de voces habían salido a los escenarios de lo público para vociferar a una platea adormecida que lo vuestro no era una democracia real, sino meramente virtual. ¿Alguien creía, por ejemplo, en la independencia de vuestro poder judicial? Eran las mismas voces que, cimentadas en la solidez del sentido común, habían exigido, mucho antes del 15-M, ejemplaridad a la clase política, austeridad, listas abiertas, voto en conciencia, ayudas a los débiles que no dádivas a la gran banca… Y un largo etcétera… ¿Qué aportaron, pues, los acampados de Madrid? Probablemente la evidencia de que el pueblo seguía ahí; de que éste no constituía un conjunto de borregos; de que la capacidad de aguante se estaba acabando y… Os regalaron, además, una nota de frescura y poesía… Y os sedujeron. Lo siguen haciendo. Y lo seguirán haciendo en la medida en la que no se dejen abducir por quienes ya hacen cola y han cogido su respectivo ticket… Chapeau!
INDIGNANTES. Y ese mismo movimiento del 15-M es el que –deseas– debe demostrar hoy iguales síntomas de inteligencia a la hora de no permitir que se le confunda con lo que se muda en indignante, porque es igualmente el mismo pueblo al que en gran medida ahora representa el que ha dejado meridianamente claro en vuestra reciente y corta democracia que reniega de los extremismos… Y esos extremismos lo saben. Las posturas radicales (de izquierdas o de derechas) son conscientes de que en las urnas son, básicamente, invisibles; que por esa vía no tienen nada que hacer; que en su patético esperpento carecen de público en el patio de butacas; que andan, en definitiva, huérfanos de hogar. Por tanto, la radicalidad se adhiere a cualquier aposento; a cualquier movida; a cualquier vientre de alquiler… Expertos de la violencia callejera se pegan como parásitos a todo lo que agite masas… Y, al hacerlo, lo pervierten… Se ponen al frente de las pancartas y creen, así, protagonizar el evento. El lema les importa un "kínder", porque lo acallan con sus gritos. No hay capacidad de diálogo. Su ideología es la de la cacerola; sus decálogos, los escupitajos; su metodología, el griterío y la coacción y la violencia, aunque ésta no llegue a ser estrictamente física; sus argumentos, los insultos; sus valores, las pintadas; su esencia: el ruido. En la medida en que los indignados sepan expulsar y apartar de su seno a los indignantes serán dueños de esa simpatía que ahora les profesas y les profesan. Si, por el contrario, dan cobijo, por voluntad u omisión, a esas minorías en busca de autor y público, su legitimidad caerá con la misma velocidad con la que se ha izado…
DIGNOS. Existen, igualmente, seres especialísimos y silenciosos. No acampan en plazas. Frecuentemente, sin embargo, lo hacen en el corazón de los desheredados. Sus palabras son siempre hechos. No saltan a las primeras planas de los periódicos y, sin embargo, son multitud. Huyen de los protagonismos como de los apestados de antaño porque, al practicarla, entendieron que la verdadera caridad era anónima. No son tampoco ingenuos. Saben que lo suyo es ir de remiendos… Como saben también que todos los intentos por cambiar el mundo a partir de superestructuras abocaron en el desastre, la nada o las dictaduras fascistas de izquierdas o de derechas. Pero siguen ahí, con sus tiendas invisibles y fieles a un único principio: el amor hacia el otro. No renuncian a la utopía, aunque sea inalcanzable, pero, mientras la aguardan, no se cruzan de brazos. Llevan eternidades indignados. Pero su indignación les induce, inexorablemente, hacia la acción, callada siempre. Saben que las palabras se componen de ideas, pero que no basta, frecuentemente, con ellas. Llevan indignados desde hace mucho, sí... Pero jamás resultaron ni resultan indignantes. Son seres que van paliando lacerantes situaciones, convencidos de que la reivindicación es correcta, pero que existe el imperativo ético de un "manos a la obra". Reparten comida, en silencio, tras recogerla, tras mendigarla. En el nombre de los otros y por los otros… Limpian casas de ancianos en su tiempo libre o les dan, sencillamente, compañía. Buscan alquileres baratos para quien carece de techo. Son verdaderamente solidarios y conocedores, en vuestro caso, de una Menorca oculta, pero plenamente real. Promueven campañas. Forman parte de O.N.G. Muchos de ellos –a algunos los conoces personalmente– son extremadamente jóvenes… Son indignados de toda la vida, sí, que se mueven por "Caritas" o por "Manos Unidas" o por "Médicos sin fronteras" o por… Pero no indignan, porque van recubiertos por la coherencia y, consecuentemente, por la dignidad.
- ¿Y? –te pregunta Roig?
- No lo sé, Roig. Espero que los indignados abran conciencias… O, simplemente, las recuperen…
- ¿Y?
- Que no se dejen seducir por los extremismos…
- ¿Y?
- Que comprendan que su indignación puede ir pareja a la acción solidaria y callada de tantos mientras…
- ¿Mientras se aguarda la llegada de la utopía y se lucha por ella?
- Pues eso, Roig, pues eso…
- ¿Siempre parcheando?
- Como mal menor… Cuando las heridas sangran no cabe la espera... En conocida frase de Teresa de Calcuta: "Una gota no hace mar, pero el mar sería menos mar sin esa gota".
Y Roig asiente, tras mostrar, con su mirada, una vez más, su persistente incapacidad por entenderos…
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P.S.- Cedes finalmente a las reiteradas peticiones de Roig y cierras, por vacaciones, tus "Conversaciones…", que volverán después del verano. En su sustitución resucitará "¡Uf!", una sección de relatos breves que inauguraste hace un año y que aparecerá en estas páginas con una periodicidad quincenal… El próximo día 12, la primera entrega…
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