Este escribidor tiene a gala el orgullaje de ser quien más tenga, presumiblemente, escrito y publicado sobre la paternidad geográfica de la salsa mahonesa, además de haber dado varias conferencias (Madrid, Guadalajara, Menorca, etc.) sobre esa joya gastronómica, verdadera reina de las salsas frías cuando se da este maridaje entre dos componentes tan distintos y distantes como son el huevo y el aceite, que una vez conseguida la emulsión, aparte de ser ya una estupenda salsa en si misma, será si se desea la "madre" de infinidad de otras salsas, parentela gustativa que nace acomodada a toda suerte de platos, desde mariscos a pescados, desde la carne a la patata o a la verdura. Prueben a ponerle a una coliflor hervida, luego de bien escurrida ésta, una generosa pringada de salsa mahonesa, o hagan unos pescados a la plancha y acompáñenlos de una mahonesa trabajada con un par de quesitos finamente reducidos, una picada de hierbabuena y un si es no es de miel, y ya me contarán. Alguna de estas posibilidades se las anuncié a Vanessa Algar Lombardo que trabaja con especial e impagable cordialidad y simpatía en una conocida casa de automóviles, con cuya amistad me honro.
Uno de estos días quedó en decirme si en torno a los manteles de su mesa familiar ha mejorado el ambiente gastronómico por haber ampliado las posibilidades que la salsa mahonesa tiene.
Si hoy nuevamente retomo el tener algo que decir sobre el origen de la salsa mahonesa, es para desmitificar otro nuevo origen con el que hemos circunstancialmente topado al revisar la obra del Archiduque Luis Salvador de Austria. En la página 222 de la edición de la Caja de Baleares (Sa Nostra) de 1982, dice: "Entre las clases más elevadas gusta mucho la mayonesa (corrupción de mahonesa). Según cuentan, fue inventada por el cocinero del Duque de Crillón durante la ocupación del fuerte de San Felipe al reparar cómo gustaba su amo de las verduras de Menorca". La cita, además de curiosa, es llamativa, toda vez que no conozco de otra que como ésta nos dé la noticia de la fecha y del autor que en buena hora acertó a crear la salsa mahonesa, de la que dicho sea de paso, algunos cocineros de la Grecia clásica ya estuvieron tan cerca, pues por aquellos tiempos ya mezclaban huevo y aceite, sólo les hizo falta agitar convenientemente la mezcla para que les hubiera aparecido la milagrosa y gustativa emulsión. En cualquier caso, la cita del Archiduque viajero, dotado de ese don de la observación que legó nunca le agradeceremos bastante que nos dejase escrito lo que observaba y lo que escuchaba, la tengo que tomar con todas las reservas del caso.
A mí particularmente me parece muy prosaica, y puesto a elegir me gusta más aquella versión del mariscal de Francia, Duque de Richelieu, sobrino del famoso cardenal a la vez que político avezado, cuando el hombre, sin saber a dónde iba, callejeaba por la Mahón recién conquistada. Y en la mejor hora de su vida acertó a entrar en una casa de comidas que no teniendo con qué agasajar adecuadamente a quien además de guerrero, mareante y conquistador de pueblos y tierras ajenos, se le anunció al ilustre gabacho de que sólo podían ofrecerle unas humildes patatas hervidas acompañadas de una salsa local. Y tanto agradó la salsa a Richelieu que mandó a su cocinero, que le acompañaba, que tomase de la receta nota. Y de esta suerte pasó la salsa mahonesa a Francia, sin duda como lo mejor de la conquista de Menorca por aquel ejército comandado por la creme de la más linajuda nobleza del vecino país.
Quienes me honran leyéndome ya son conocedores que la versión que no soporto es la que da como origen de la salsa mahonesa una región de Francia, naciendo el capricho de este privilegio en una similitud fonética.
Yo sé que no es fácil aceptar que los mejores arquitectos prehistóricos de toda la mediterránea fueron los talayóticos menorquines que construyeron, para el asombro de las generaciones venideras, navetas, talayots y sus insuperables y enigmáticas taulas, sólo comparable en esplendor a lo que más tarde se hizo para la historia de la gastronomía universal en una cocina menorquina cuando se creó la impar salsa mahonesa. Qué le vamos a hacer, no podemos pedir disculpas por ello si en Menorca además de artistas de la piedra seca, teníamos y tenemos genios en la cocina para darnos de comer entre semana lo que se come los días de fiesta en el cielo.
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