Porque la vida universitaria se resume, en muchos casos, en lograr los mejores apuntes a una semana vista del examen. El problema es que nunca se acierta a la primera y al final se acaba coleccionando una gran cantidad de hojas que vienen a decir lo mismo pero con distinta tipografía. Oriana Fallacci es una de las mejores periodistas de la historia y lo mismo da que se tome nota en azul, en negro o en rojo. Con García Márquez, igual.
En mi universidad, como en casa de todo vecino, el estudiante que pasa las lecciones a ordenador es extrañamente el más querido o el más odiado. Lo primero, en el caso de que tenga a bien el compartirlos. Lo segundo, en la mayoría de ocasiones, cuando despliega un brillante ejército de excusas que salvaguardan el preciado tesoro.
Desgraciadamente los estudiantes estamos más preocupados en conseguir unos buenos apuntes a final de curso que no en aprender o empaparnos de las posibles experiencias personales que tiene el profesor de turno y que ha vivido mil y una peripecias de redacción en redacción. Al final, acabamos la carrera y somos conscientes de que en lo único que somos expertos es en el arte del 'copiar y pegar'. O del plagiar, en el ancestral tiempo de las enciclopedias. Condenamos la creatividad y por eso somos tantos los idiotas que escribimos. Malditos apuntes.
Y de ahí el temor del planeta Tierra por sus bosques. Porque ahora parece que las únicas diarreas que se acusan son las mentales, y éstas no requieren de mucho papel, a diferencia de sus 'primas-hermanas'. Yo sigo con lo mío? ¡Qué maravillosa existencia tendría este planeta sin estos parásitos comúnmente llamados humanos! En fin?
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