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J. Carlos Ortego
Mal deben andar las cosas en casa del PP cuando se organizan homenajes sin venir muy a cuento. Homenaje suena a retirada, a reconocimiento a larga trayectoria y, efectivamente, un repaso por la imagen de la peña premiada con placa y foto sugiere nombres que han sido y que no volverán a ser. Pero aparecen también otros que están más o menos en el ecuador de su carrera, tipos como Joan Huguet que lleva en nómina pública cinco lustros y que promete cinco más ahora que ha descubierto la política de Madrid a través del Senado.

La idea era otra. El PP necesita reanimar a la tropa, recordar a afiliados y votantes que siguen estando ahí con la idea de alcanzar el poder en cuanto las urnas se pongan a tiro, que es un partido necesario y que es capaz de desplegar una política eficaz ante la crisis que nos asuela y que, en buena medida, ha provocado el ciclo zapaterista. Y la idea era también inyectarse una dosis de autoestima para compensar tanto escándalo por Palma y por Madrid, eso que Montoro llama "ruiditos de fondo" y que son la salsa de los titulares de los grandes diarios. Es legítimo buscar el apoyo del grupo, el calor de los compañeros para fortalecer convicciones y alentar esperanzas.

Si nos quedamos con el homenaje, llama más la atención una ausencia, la de Victoria Florit, que todas las presencias.