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José María Pons Muñoz
Ya no hay manera de tener un año en que los humanos no tengamos que lamentar alguna tragedia. Unas veces es porque la naturaleza maltratada se revela en forma de tsunami, o en diluvios locales que arrasan todo lo que encuentran a su paso. Otras desgracias nos vienen dadas por ese fatídico tanto por ciento en la actividad de seis mil millones de seres humanos que vivimos en este planeta, donde se justifica la tragedia del barco que naufraga, el tren que descarrila, el avión que se le "olvida" el efecto venturi, y hace suyo el efecto pernicioso, para un avión, de la ley de Sir Isaac Newton. Otros males nos afligen por una de las mayores lacras de nuestro tiempo y de todos los tiempos? la guerra, la más grande de las humanas idioteces, la guerra, cuyos culpables son siempre los seres humanos, a pesar de ser, también, siempre sus víctimas. Algunos de esos culpables terminan su mandato político y el año esquivando zapatazos, es lo mínimo. Y ojalá que los Reyes Magos, a estos personajes, les dejen una carretada de carbón. Otro mal del año que se nos acaba es el terrorismo, esa miseria humana tan inhumana de poner un coche bomba a ver cuántos muertos, cuántos heridos, cuántos destrozos se pueden causar.

En fin, que ya no tenemos un solo año, que por eso tampoco son tantos días, en que al final podamos decir: todo ha ido bien, incluso hemos socorrido el hambre de aquellos desheredados de la tierra, a los que la crisis les alcanza antes de nacer, y ya no les abandona jamás, ni siquiera en el tránsito postrero del entierro. Qué bueno será el año que podamos decir: hemos logrado una vacuna contra el sida, contra el alzheimer, contra el cáncer? Bueno, tampoco quiero pedir tanto, porque si sigo por ese camino, acabaré por desear que algún año los políticos vayan a la política para servirla, y no para servirse de ella, para medrar o enriquecerse, o darse la gran vida con almuerzos y cenas, viajes y servidumbres, todo a costa de los dineros del contribuyente. Tengo prisa en decir que en ese saco hediondo no meto a todos los políticos, que algunos bien honrados que son.

Me dirán que ya he nombrado básicamente los males que suelen lastrar a un año, para fijarlo en la efeméride de lo indeseado, en el recuerdo de un mal año. Pues miren, no, aún me falta una tragedia por nombrar, y no por dejarla para el final sea por eso la más pequeña. Este año del 2008, que se nos termina, que está ya dando sus últimas y decrépitas bocanadas, se recordará en los anales de lo anualmente reseñable por ser el año de la crisis. Una crisis que nadie sabe a ciencia cierta cuánto durará, ni tampoco cómo se ha producido. Una crisis que a quien corresponda debería buscarla en el derecho penal para ver si está recogida como punible, que va a ser que no, "porque entre bomberos no vamos a pisarnos la manguera". El pequeño ladronzuelo, aquel que sobrevive de sus míseras rapiñas, a ése, a ése, a ése hay que aplicarle todo lo aplicable, y que se pudra entre cuatro paredes. Pero a los que desde sus privilegiados despachos roban los millones por toneladas, no se encuentra que cosa aplicarles. Y si por un descuido en el delictivo quehacer del multimillonario chorizo, resulta que sí, que se encuentra en el código penal reflejado como enchironable por sus desmanes, lo suyo se retrasa tanto que cuando le toca cumplir condena, resulta que sus ladrocinios ha prescrito, o se le pone una fianza que el ilustre chorizo paga con dinero ajeno. O si se da el caso que no libra de una manera ni de otra, y acaba estabulado en el trullo, ya les digo que va a estar poco tiempo, igual que les digo que saldrá sin devolver un euro de los millones ajenos que se metió en la buchaca, y como es natural, puso a buen recaudo.

Ya digo, un año más con las mismas grandezas y las mismas miserias del año pasado, y seguramente del año que viene. ¡Ah! ¡Que no quiero que se me olvide! Este último año hemos hecho lo mismo del año anterior, hablar, hablar, hablar sin hacer nada sobre el cambio climático. No nos entra en la cabeza que el resto de los días de cada cual por vivir, serán en el futuro, y ese futuro hay que vivirlo en este planeta que tratamos como si fuera imposible acabar con él. Es una grave irresponsabilidad empeñarnos en darles estudios a nuestros hijos para que tengan un futuro mejor, y luego no hacemos nada para que la naturaleza de ese futuro sea, como mínimo, como la que hemos heredado de nuestros abuelos o nuestros padres. Hay ilusos que pregonan por una cadena de radio su torpe letanía de su desacuerdo con el cambio climático. Y hasta tenemos a un ex presidente del gobierno, cuya señora es concejala de medio ambiente, y él "que si quieres arroz catalina", como si no. De manera que tampoco está el hombre en esa sintonía en la que están científicos y ecologistas, naturalistas y personas sensatas. Pobres científicos, pobres naturalistas, pobres ecologistas, pobres personas sensatas, y pobre planeta con gentes así.