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Francisco Tutzó
Los hechos son tozudos e inapelables y nos vienen mostrando día tras día que nuestra isla está perdiendo el dinamismo empresarial y el peso económico que tuvo antaño. Hace un siglo Menorca contaba con una central de electricidad cuando muchas capitales de provincia españolas no disponían aún de energía eléctrica. Entre 1900 y 1910 se fundaron en la isla seis bancos, número que suponía más del 20 por 100 de los creados en España durante aquellos años. Existía una industria floreciente de monederos de plata que dio pie años más tarde a la bisutería. Tenía Mahón una fábrica de gas ciudad; la Anglo Española de Motores, Gasógenos y Maquinaria en general; La Industrial Mahonesa (que popularizó su tejido azul Mahón); Codina Villalonga con sus botas marca Titán y sus famosas katiuskas; Sumadoras Comerciales; JOYCA, etcétera. Además, la industria del calzado era boyante y estaba presente en muchas poblaciones de la isla. Y en la década de los años treinta del siglo pasado un hombre visionario y emprendedor, Pedro Montañés, ponía los pilares de lo que con el tiempo sería la industria más importante de Menorca del siglo XX: Industrial Quesera Menorquina y su joya de la corona, la marca El Caserío.

Todo ello, a mi modo de ver, fue posible porque existía una sociedad civil con ideas, dinámica y transversal que actuaba al unísono tanto en el campo cultural como económico. Entidades del prestigio y solera del Ateneo de Mahón, Orfeón Mahonés, Círculo Artístico de Ciudadela, todas ellas más que centenarias, son una prueba palmaria de este hecho diferenciador y singular. En 1906 se había creado la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Menorca en el seno del propio Ateneo que años más tarde, 1932, tuteló también el nacimiento del Fomento de Turismo de Menorca. En 1919 se creó la Escuela de Artes y Oficios de Mahón, que en 1924 pasaría a denominarse Escuela Elemental del Trabajo. Esta realidad que describo fue posible, en todo o en parte, gracias a que ya en el siglo XIX contó Mahón, antes incluso que otras capitales españolas, con un Instituto de Segunda Enseñanza (por transformación de una antigua Escuela Náutica) que instruyó y culturalizó a la clase dirigente menorquina y, además, fue el auténtico vivero de algunos de los ilustres personajes de la época que con el tiempo hicieron posible esta espléndida realidad socio-cultural que tuvo Menorca hace décadas.
Pero la situación actual es bien distinta. Sobre todo en el campo económico. La terciarización de nuestra economía y la pérdida del tejido industrial que nos hacía diferentes de las restantes islas hermanas del archipiélago nos ha igualado por la base pero con el handicap de haber salido los últimos y sin la lección bien aprendida. Fuimos pioneros en la actividad industrial pero a la hora de cambiar el chip (porque las circunstancias nos obligaron o porque en algunos casos no supimos reestructurar convenientemente nuestras industrias) lo hicimos sin el conocimiento y convencimiento preciso, tarde y mal.
Arrastramos, en mi opinión, el pecado original que se deriva del hecho de que los empresarios menorquines de las décadas de los años 60/70, salvo honrosas excepciones como, por ejemplo, Juan Victory o Gabino Sintes, no se percataron de la necesidad de apostar en serio y con valentía por la incipiente industria turística y dejaron que inversionistas llegados de fuera ocuparan su lugar. Este error estratégico que puso en manos foráneas lo que en pocos años se convertiría en la principal actividad económica de la isla ha devenido a la larga letal para Menorca. Si a este hecho unimos el paulatino deterioro de la actividad industrial y la pérdida del control sobre empresas con proyección y presencia nacional que fueron (La Menorquina) y son (El Caserío), verdaderos iconos de nuestra actividad económica, el panorama que se vislumbra a medio y largo plazo es más bien desalentador. O la sociedad civil menorquina se moviliza o Menorca perderá definitivamente el tren del siglo XXI.

Así y todo no será fácil cambiar la dinámica actual. No soy ningún experto y por lo tanto mis recetas valen bien poco pero el sentido común me dice que sólo la iniciativa privada a base de ideas, trabajo, innovación, creatividad, formación y asumiendo una cierta dosis de riesgo (riesgo empresarial, por supuesto) podremos (siempre que el marco regulatorio en materia de infraestructuras y equipamientos sea el adecuado) podremos, repito, remontar el vuelo y evitar en el futuro que nuestra isla vuelva a ser portada de los telediarios nacionales de más audiencia de nuestro país como consecuencia de una decisión empresarial que nos afecta negativamente a cuantos trabajamos y residimos en esta isla que, otrora, fue ejemplo de un cierto equilibrio sectorial, hoy por desgracia totalmente inexistente, que el malogrado Rafael Timoner, uno de los empresarios que brillaron con luz propia en la segunda mitad del siglo pasado, gustaba de pregonar.

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Posdata.- Sería interesante que una persona con conocimientos y autoridad en la materia, que los hay y buenos en la isla, investigara y divulgara la historia económica de Menorca de los últimos 150 años a través de sus protagonistas. Un trabajo de esta naturaleza no sólo sería altamente ilustrativo y beneficioso para las nuevas generaciones de menorquines que inician, con ilusión, su actividad profesional y empresarial sino que serviría, además, para tributar nuestro personal reconocimiento y homenaje a la pléyade de empresarios que años atrás hicieron posible una Menorca próspera y competitiva.