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Mientras andaba por el que se ha dado a conocer como el Camino Sanabrés junto a mi compañero, hallamos múltiples huellas de ciervos y corzos. Yo me los imaginaba a los lados del camino, camuflados entre árboles y arbustos con sus hocicos húmedos inclinados hacia abajo y sus grandes ojos negros a juego, observando atentos nuestros pasos. Gracias a que un peregrino hizo un alto en el camino pude ver a una de estas preciosidades salvajes que me divisó al tiempo, desapareciendo como una nubecilla. Y me volví a preguntar: ¿cómo pueden darles caza?

Los Lakota Sioux consideraban que al morir el alma había de pasar por un camino donde se encontraban las almas de todos los animales que habías matado. Esas almas eran las que decidían tu destino. Ellos cazaban por necesidad y nunca lo celebraban; pedían perdón. Nuestros cazadores dicen que es peor comprar animales muertos en los supermercados y no les falta razón, pero peor es hacer las dos cosas como ellos hacen. Lo más digno, desde luego, es que si vas a comerte a alguien seas tú quien le des muerte. Pero si no lo necesitas, carece de todo el sentido. Y lo inconsciente, dado el entorno sociocultural en el que vivimos imbuidos, no lo hace menos cruel.

Pensar lo que hacemos y por qué lo hacemos, sin tratar de justificarnos, nos libera. Nos ayuda a parar las interferencias que provoca el actuar por inercia. Y es que hacemos daño y nos hacemos daño. Y esta pérdida del sentido tiende a conducirnos a un mayor consumo, por lo general de entretenimiento, que nos aparta todavía más de lo que estamos viviendo.

Pasar por la vida viendo a los animales encerrados sin establecer un pensamiento crítico que recoja el hecho de que sólo hay un 4% de mamíferos salvajes a día de hoy, siendo la situación de las aves similar, es decadente.

Nos duele asumirlo porque todos y todas buscamos el bien a nuestra manera, como mejor hemos aprendido –y vamos aprendiendo– a hacerlo. Pero los animales no se protegen explotándolos para su consumo, no se respetan dándoles caza por placer, no se conocen encerrados en jaulas o acuarios.
Todo esto solo sienta las bases de nuestra insensibilización, frenando el desarrollo de nuestra propia autoconsciencia.