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El pasado domingo nos dejó un gran hombre: don Abelardo Oleano Llopis.

Abelardo comenzó trabajando en El Caserío al amparo de su padre. Recuerdo que empezamos a la vez nuestra aventura en «La Fábrica» en el año 1964; yo era un veinteañero y él un adolescente ocho años menor que yo que vestía pantalones cortos. Tras años de aprendizaje heredó el puesto de su padre como contable y tomó también su honestidad, su frugalidad y su constancia. Metódico y exacto como pocos, era capaz de dar al traste con toda una jornada de trabajo si, por céntimos, no le cuadraban los números. Rompía la hoja y volvía a empezar. Fue, también, azote de los morosos con su persistencia, insistiendo una y otra vez hasta conseguir su objetivo.

Era un hombre tremendamente querido por nuestra familia que trabajó durante 48 años con nosotros, obteniendo toda nuestra confianza y nuestro respeto.

Le echaremos de menos.