Encontrada la niña en la plaza del pueblo, donde seguía jugando, el diálogo entre padre e hija se redujo a una sonora bofetada, y la niña fue llevada al colegio sin comer; las explicaciones llegaron al volver la niña del colegio por la tarde: solo había sucedido que jugando jugando se olvidó de que tenía que ir a casa a comer.Dice la amiga de Cuchi que aún se acuerda de la bofetada, pero que no le tiene –ni le tuvo nunca– miedo a su padre, pero… le sirvió de lección. Y es que una bofetada a tiempo es una muy buena lección, difícil de olvidar.Hoy aquel abuelo estaría en la cárcel, o poco menos. Los modos y las modas han cambiado, pero él, erre que erre, cuando algún nieto se desmanda, aún le da un cachetito o una palmada en el culo. Y algún nieto le dice: "Eres un abuelo malo"; pero se lo dice sin mala intención. Igual que él, con su correctivo no los lastima: ¡no se ensaña!
Por aquel entonces padres y maestros actuaban conjuntamente, se respetaban unos a otros, se apoyaban mutuamente. Los padres solían confiar en el buen hacer de los maestros. Y los maestros confiaban en la disciplina que los padres ejercían sobre sus hijos. Y los educandos respetaban –respeto no exento de cierto temor– a padres y a maestros, confiando en que su labor conjunta iba en beneficio de su educación (más que de su ciencia).
Hoy es muy otra la postura de padres y educadores –ahora ya no se dice con cierto orgullo, como antaño, "mi maestro"–, que no suelen ir tan al paso, desacuerdo que los educandos advierten y del que se aprovechan, lamentablemente, en su perjuicio, pues que va en contra de su educación.
Y la situación empeora cada día, lo que le lleva a preguntarse: Los que vienen detrás de Cuchi y su amiga, ¿cómo están educados?; y estos, ¿cómo educarán a sus hijos?
Vicente Maiques Nadal
Ribarroja del Túria (Valencia)
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