Foto: Gemma Andreu

TW

Cada día son más necesarias las normas. Parece que cuantas más normas haya de obligado cumplimiento más fácil es la convivencia. Si la señal es de prohibido el paso es que nadie puede pasar. Si la señal es de dirección obligatoria es que no hay otra alternativa para nadie. Lo natural no es eso. Por eso la naturaleza de forma simbólica se come las señales prohibitivas. Lo natural y lo ideal sería que cada persona asumiera las normas de convivencia sin necesidad de cumplir la letra y respetando el espíritu. La cantidad de normas es directamente proporcional al fracaso de la educación. Pasa lo mismo que las leyes. Cada nuevo gobierno las multiplica, las acumula, las complica hasta crear una red que nos atrapa en la burocracia. Estamos en el lío infinito. Es evidente que no existe el mundo perfecto y nuestra sociedad está lejos del modelo ideal. Pero eso no evita que la máxima de cuantas más normas mejor deshumaniza a los ciudadanos.