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En mitad de la sala hay dos sillas, una mesa y un tablero de ajedrez con sus fichas. Todo de un blanco absoluto. El color de la paz. Parece preparado para empezar una partida, pero en realidad es una obra de arte. Una obra de arte que habla de ver a tu oponente igual que tú, donde cuesta diferenciar a los «tuyos» de los «otros». Con la confusión se diluyen las diferencias y el combate es un absurdo. Nos habla de la paz y de lo absurdo del enfrentamiento donde lo normal es acabar en tablas y con una sonrisa. Este ajedrez blanco ha recorrido el mundo desde que fue creado en 1966, cuando se luchaba en Vietnam, y se presentó en la exposición «LA GUERRA HA TERMINADO, si tú quieres».

La obra es una creación de Yoko Ono, artista conceptual, gran ajedrecista y mecenas de este deporte en los colectivos más desfavorecidos. El Ajedrez Blanco te hace imaginar ese mundo sin diferencias raciales, ni sociales ni de poder.

YOKO ONO. Pieza de corte, 1964

Yoko Ono es una de las artistas más importantes dentro del arte conceptual; pero hasta hace muy poco, siendo ya octogenaria, no está recibiendo un reconocimiento a su obra. Para muchos, Yoko Ono es esa maldita mujer que se entrometió y separó a los Beatles. Sin duda, Ono es una de las mujeres más odiadas, ridiculizadas, despreciadas, acusadas, estigmatizadas y menospreciadas de nuestra época. John Lennon llegó a decir de ella que «Yoko Ono es la artista desconocida más famosa del mundo: todos saben su nombre, pero nadie sabe qué hace». Ella declaró: «Fue como ir a la cárcel sin haber hecho nada malo. Al final llegué a la conclusión de que debía usar todo ese odio y convertirlo en amor».

Ella nunca ha sido simpática; su actitud indolente y distante, parecida a la de su mentor Marcel Duchamp, ha facilitado su ostracismo durante décadas. No puedo defenderla como persona, como tampoco defendería a Picasso como persona ni a tantos otros; pero, como artista, la obra de Yoko Ono supuso un avance importante en el arte. ¿Quién me asegura que tras los ataques que sufre no hay racismo por ser japonesa, sexismo por ser una mujer poderosa, o reaccionarismo por ser una activista de vanguardia? ¿Por qué no se culpó a Lennon por meterla en el estudio de grabación de los Beatles, provocando una ruptura deseada por él? Era más fácil echarle la culpa a ella, cargarle con el estigma y la condena. Paul tardó 45 años en reconocerlo públicamente.

Y los grandes museos igual. El MoMA no le dedicó una antológica hasta 2015 y la Modern Tate no lo hizo hasta este 2024. Pero, ¿es realmente buena la obra de Yoko Ono?

YOKO ONO. Pintura de techo, 1968.

La respuesta, para mí, es sí. Sin entrar a valorar la parte musical, que críticos musicales destacan como muy influyente (sin ir más lejos es coautora de «Imagine»). Su obra conceptual va más allá de los grititos con los que se la ridiculiza en los memes. Un grito, por desagradable que sea, es una expresión artística válida.

Yoko Ono nació en Tokio en 1933, por lo que vivió los efectos de la II Guerra Mundial, los bombardeos y el hambre, aunque su familia era de clase alta. Se trasladan a EEUU donde forma parte del Movimiento Fluxus, una corriente vanguardista que defendía que todos somos artistas. Ella siempre propondrá que sea el espectador el que realice su obra. Ella pone el concepto, la idea, y tú la ejecutas (o no, basta con ese instante en que la imaginas).

YOKO ONO. En la cama, happening contra la guerra, 1969

Montó su primera exposición en 1961, que se llamaba precisamente «Instrucciones para hacer una pintura». Eran textos con propuestas, sin lienzos, que abrían tu imaginación (o no). También editó un libro, «Pomelo» (1964), con cientos de instrucciones para disfrutar de la naturaleza y de la vida. Son pequeñas acciones que puedes realizar o no, pero que provocan tu creatividad. Más adelante montó exposiciones a mediados de los 60 con objetos encontrados e intervenidos a los que ella dotaba de un contexto poético. Hoy es muy habitual ver estas exposiciones en artistas jóvenes, pero Yoko Ono lo hizo hace 60 años… Además, impulsó las performances, entre las que destaca su «Pieza de corte» (1964), donde Yoko invitaba al público a recortar con unas tijeras trozos de su ropa hasta dejarla desnuda.

En 1968 fue a Londres con una gran exposición a la que asistió, invitado a la previa, John Lennon. Había una obra de una manzana con el título, «Apple», a la que dio un mordisco para interactuar y que luego convirtió en su sello musical; otra obra consistía en una escalera por la que accedías a una lupa con la que podías leer: «SÍ», que le gustó especialmente al Beatle porque era positiva. Luego llegaron a la obra «Martillea un clavo» y le pidió clavar el primero; ella le dijo que sí a cambio de 15 chelines, a lo que John le contestó: «Clavaré un clavo imaginario y te pagaré 15 chelines imaginarios». Fue un flechazo, se entendían.

Luego, al año siguiente vino la boda en Gibraltar y el famoso happening de ellos dos de viaje de novios permaneciendo una semana en la cama de un hotel lanzando proclamas «Haz el amor y no la guerra». Yoko se aprovechó de la popularidad de John y él de la creatividad y el compromiso de ella a favor de la paz y de construir un mundo mejor. El resto ya lo conocéis, el asesinato de John que la convirtió en una viuda defensora de su legado y continuó con sus obras de arte conceptual y su activismo pacifista. Y sigue en activo a sus 92 años pensando, todavía, que es posible la Paz.