Joan Piris, Martina Faner y Matías Quetglas con Miquel Cardona, director de la galería Retxa, en un encuentro a principio de los años 80. (Gustau Juan, ASIM/CIM)

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Cuando llegué a Menorca, en 1977, prácticamente no había galerías de arte en la Isla. Sí que había mucha afición a pintar, pero era para consumo propio, familiares y amigos. Algunas tiendas de enmarcación vendían obras de sus clientes y poco más en centros culturales que cedían sus salas.
Dos años más tarde, adquirimos en Ciutadella la librería Lletra Menuda, que tenía en la parte trasera una pequeña sala de exposiciones. Durante una década montamos exposiciones durante los veranos. Guardo unos recuerdos maravillosos de aquellas y de los artistas que trajimos. Durante aquellos años vimos nacer otros proyectos de galerías, como Retxa, gracias al impulso de Miquel Cardona, que todavía resiste; otras, la mayoría, tuvieron una vida breve. Cuesta vivir del arte, también para los galeristas. Hay que tener vocación, aprecio por descubrir el arte y menos por el negocio lucrativo. Recuerdo de aquellos años la galería Picasso que montó el señor Romero y que, además de traer buenos artistas, creaba residencias y talleres abiertos al pueblo de Ferreries. Un lujo. Romero tenía una lavandería que le permitió lanzarse a esa aventura filantrópica por el arte.

La galería Encant, abierta todo el año en Maó desde hace 20 años, es un ejemplo de amor al arte de su galerista, Elvira, y su fe en un arte más espiritual.

Durante años se mantuvo en Menorca una actividad expositiva gracias a las salas municipales y a las de «Sa Nostra». Y es que la Isla atraía a muchos artistas por su luz, su tranquilidad y su clima, pero casi no existía un mercado y muy pocos vivían de sus obras. El consumo local se nutría de paisajes y obras decorativas, pero era muy reacio a invertir en arte de vanguardia y en propuestas contemporáneas. Esa falta de mercado pudo ser la causa de la desaparición de proyectos como el del señor Romero, incluso a otros dedicados a los creadores locales como Dalt-i-Baix, Artara… Muchos sueños rotos.

El arte en Menorca siempre ha sido doméstico, poco ambicioso, respondiendo a las demandas del mercado local. Pequeñas galerías, como Encant, que han sobrevivido más de 20 años a base de fe y entusiasmo con una apuesta personal de Elvira por el arte no figurativo son una excepción. En cualquier caso, todos los galeristas que he conocido presentan un perfil de una persona emprendedora, amante del arte y de la Isla. Todos. Incluso Ian Wirth y Manuela Hauser responden a ese perfil; su amor por el arte no está reñido con comercializar con él y el montar la galería H&W en «una isla dentro de una isla» es un proyecto arriesgado pero que surgió del conocimiento y amor a Menorca. Que la galería sea un negocio y que sea rentable no quita que sea también una empresa romántica, un sueño realizado, un gesto de amor.

Pablo Pedronzo, director de la nueva Galería de las Misiones, frente a un magnífico Tàpies de primera época. Pablo vino de su Montevideo natal a Maó en su infancia y sintió el hechizo de esta isla.

Desde la pandemia, hace nada, se han abierto doce galerías y centros de arte contemporáneo en Menorca. ¡Doce, es una barbaridad, impensable! Todavía es pronto para aventurar su duración, su incremento o su desaparición. Yo soy optimista. No porque crea que ha surgido un interés repentino entre los menorquines por el arte contemporáneo, no, sino porque el mercado actual es global, se mueve por unos impulsos distintos del que pasea por una calle, ve un escaparate, entra y compra un cuadro. Estas nuevas galerías abiertas tienen un prestigio internacional y se mueven por atractivos para su cartera de clientes. Es otra cosa. Menorca vende, porque aporta un plus especial, aunque el cliente venga o no a la Isla. Abrir una galería en Menorca hoy da prestigio, los espacios elegidos tienen encanto y personalidad y ellos, los galeristas, han sentido en algún momento el hechizo de esta isla.
Un ejemplo. Conocí el otro día a Pablo Pedronzo, uruguayo, uno de los propietarios de la Galería de las Misiones que ha abierto este verano en la calle de Isabel II de Maó. Un hombre extrovertido, cariñoso, apasionado y atento a recibir a las visitas personalmente. Su vinculación con la Isla se remonta a su infancia, cuando, llegando de Uruguay, pasó un año en Mahón y estudió en el colegio de La Salle. Por eso tiene algo de retorno, de querencia por aquel territorio de su infancia. Esta galería, original de Montevideo, ofrece arte moderno de vanguardia histórica. Pablo nos ha presentado aquí una exposición inaugural de un nivel extraordinario, con un montaje ajustado a su concepto, donde todas las obras han encontrado su sitio perfecto y su diálogo con las otras. Con obras históricas de Miró, Juan Gris, Tàpies, Torres García, Soto… y con una extensión especial de los uruguayos Carlos Carnero (1922 – 1980) y del escultor Pablo Atchugarry (1954).

Pablo Atchugarry (Uruguay, 1954) en la Galería de las Misiones de Maó.

Las esculturas de Atchugarry emocionan por el tratamiento que da a la verticalidad y a la textura impoluta del material. El escultor va trazando líneas de formas orgánicas (a mí me recuerdan a algas o plantas) que se elevan y parece que se muevan y respiren; sobre todo las tallas en mármol de Carrara, con ese blanco que conecta con la escultura clásica. Las pinturas de Carlos Carnero han sido para mí un gran descubrimiento. Carnero entró como aprendiz al taller de Fernand Léger en París y acabó convirtiéndose en su ayudante y su colaborador. La obra de Carnero se enmarca en las vanguardias de mediados del siglo XX, herederas de los colores de Klee y Miró, el Cubismo sintético de Picasso y de Gris, el universo constructivo de Torres García y de su maestro Léger. Son unas obras que transmiten un gran equilibrio y alegría en el color. Al menos yo salí de la Galería de las Misiones con una sonrisa en la cara.

No sé si la «misión» del arte es ayudar a las personas. A mí me ayuda, me asombra y me alegra. Incluso cuando veo obras que no me gustan, intento ser tolerante y comprender mi rechazo. Visitar exposiciones, asistir a conciertos o espectáculos de danza, o a cualquiera de las múltiples ofertas culturales que tenemos en verano en Menorca es una oportunidad de disfrutar de todas las artes. Al privilegio de vivir en esta isla le podemos añadir ahora el placer de descubrir el arte. Todo un lujo.