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En Septiembre de 2007, el Dr. Juan Camps Hevia donó a la Fundación Hospital de la Isla del Rey un manuscrito escrito en inglés de las clases dictadas por el Dr. John Taylor sobre Oftalmología a comienzos del siglo XVIII, sobre 1714, bajo el título Course of Lectures on the Nature and Cure of the Diseases of the Eye. Dicho libro fue restaurado entre Enero y Mayo de 2008 por la Hermana Carmen Mesquida, abadesa de las Clarisas de Ciutadella y voluntarios de la Isla del Rey. Cabe destacar la caligrafía exquisita con la que está escrito el libro así como las anotaciones al margen en muchas de las páginas. En el interior del libro se encontraron dos notas en castellano que dan fe de que el libro fue consultado el 24 de octubre de 1760 por su propietario durante la dominación francesa.

Desde el año 2021 dicho «incunable» se encuentra ocupando un lugar de honor en la sala dedicada a la Oftalmología en el Hospital de la Isla del Rey. En dicha sala, por cierto, los visitantes pueden someterse a varias pruebas rápidas y fáciles de realizar para evaluar el estado de su sentido de la vista.

La noticia podría terminar aquí si no fuera porque la naturaleza del personaje Taylor fue tan singular que merece la pena que nos extendamos sobre ella.

John Taylor (1703-1772) hijo del cirujano del mismo nombre nació en Norwich y cursó sus primeros estudios sobre Oftalmología en Londres. Para entender bien al personaje es conveniente situarlo en la época en la que vivió y ejerció profesionalmente. El siglo XVIII es el de la Ilustración en el que las Ciencias y Humanidades desplazan del lugar primordial que hasta entonces tenían, tanto la religión como la brujería. Los cirujanos, hasta ese momento, eran al mismo tiempo barberos y sus conocimientos eran en la mayoría de los casos autodidactas. Fue precisamente en este siglo cuando se crearon las escuelas de Medicina y, aparte, las de Cirujanos. La Oftalmología, de la cual se tienen documentación de su existencia desde 1500 a.c., siempre fue una especialidad desvinculada de cualquier otra rama de la Medicina, brujería y religión. Nuestro protagonista se especializó fundamentalmente en la cirugía de cataratas y estrabismo y en 1733 se graduó en Medicina por la Universidad de Colonia. Operó a muchos pacientes y muchas celebridades razón por la cual fue nombrado cirujano oftalmólogo real de Jorge II de Inglaterra y, por su cuenta, se autoproclamó Caballero siendo totalmente falsas sus atribuciones a la nobleza. Su fama fue tal que incluso el Papa Benedicto XIV lo ennobleció en 1755.

Se vio obligado a huir de su ciudad natal acusado de mala praxis decidiendo por ello pasar a ejercer en el continente recorriendo gran parte de Europa a bordo de un carromato adornado con imágenes de ojos por doquier y donde resaltaba el siguiente lema «Qui dat videre dat vivere» (quien da vista da vida). Su modus operandi consistía en que varios días antes de su aparición en cualquier ciudad su presencia era anunciada a bombo y platillo por sus ayudantes ensalzando tanto sus conocimientos como su habilidad quirúrgica. Cabe suponer que con semejante curriculum la expectación que creaba en cada ciudad a la que llegaba provocaba no solo un recibimiento similar al de cualquier circo sino también una larga lista de personas con afecciones oculares que no dudaban ponerse «ciegamente» en sus manos. Sus intervenciones quirúrgicas mas frecuentes eran las cataratas y el estrabismo. Entre las instrucciones postoperatorias que prescribía estaba el reposo absoluto con los ojos vendados durante una semana, tiempo suficiente para que a partir del tercer o cuarto día pusiera tierra de por medio…

La técnica quirúrgica que efectuaba en el estrabismo fue transcrita por el cirujano francés Le Cat, quien acudió en directo a la cirugía en 1743, tal y como sigue:» Mediante una aguja enhebrada con seda cogía una porción de la conjuntiva del ojo bizco hacia la parte inferior del globo traccionando hacia si la porción de la conjuntiva que abarcaba y la cortaba con unas tijeras. Seguidamente ponía un apósito sobre el ojo sano; el ojo bizco se enderezaba y todo el mundo gritaba... ¡milagro!».

«El mas grande oculista de todos los tiempos» como se autoproclamaba, tuvo la desgracia de dejar ciegos a Bach y Händel quienes, además, fallecieron pocos meses después de la cirugía.

En su descarga hay que decir que tanto la esterilización del material quirúrgico como la asepsia brillaban por su ausencia en el siglo XVIII por lo que muchos de los fracasos quirúrgicos se debían no solamente a un defecto de técnica sino también a la infección intraocular postoperatoria que tenía lugar en muchas ocasiones. Si a eso añadimos que los tratamientos locales en forma de colirios o ungüentos estaban todavía influidos por la nigromancia se comprenderá que gotas para los ojos fabricadas con «sangre de palomas sacrificadas» no tuvieran un gran efecto sobre las enfermedades infecciosas de los parpados o conjuntiva.

Sus fracasos no le desanimaron sino más bien lo contrario. Recogía o falsificaba cartas de agradecimiento de pacientes, así como cartas de presentación de personajes famosos que se cruzaban en su vida profesional lo que utilizaba hábilmente para tener una abundante clientela y poder pasar minutas de cuantía muy variable, a veces escasa, pero casi siempre lo más altas posible.

A pesar de todos los disparates que realizó a lo largo de su vida hay que reconocer que Taylor hizo algunas aportaciones importantes en el campo de la Oftalmología.

Después de recorrer Europa por mas de 30 años fijó su residencia en Paris. Su visión fue empeorando de forma progresiva y, aunque no está confirmado, decidió autointervenirse con el consiguiente fracaso, aunque afortunadamente para él falleció a los pocos días ciego y pobre en la ciudad de Paris a los 68 años.

Es muy posible que Taylor oyera hablar de la belleza de Menorca gracias a sus contactos castrenses pero la dificultad de escapatoria de la isla influyó sin duda, para suerte de los menorquines, en que nunca pusiera los pies por estos lares.

Juan García de Oteyza Fernández-Cid

Voluntario discontinuo