Banksy es, para mí, el artista más importante e influyente del siglo XXI. Y no se sabe quién es, más allá de que es un hombre blanco nacido en los 70 en Bristol, ni me importa. Hablemos de su obra y de su figura, tan contemporánea. Los expertos hablan con desprecio de él como si fuera solo un grafitero. Ahora han tenido que aceptar a regañadientes su valor al ver que el santo mercado bendecía su obra pagando millones por ellas en las subastas, siendo el artista que ha aumentado su cotización un 104 por ciento anual. Pero les cuesta coronar como el mejor a alguien fuera de sus cauces de distribución y que ensucia paredes por las barriadas o que utiliza un lenguaje comprensible a favor de causas políticas y sociales.
De entrada, me gustaría aclarar que Banksy no hace grafitis sino arte urbano (Street art). El grafitero trata únicamente de poner su nombre, un tag o un icono; es vandálico, ególatra, no dice más que «aquí estoy yo». Mientras que el arte urbano aprovecha esos muros para trasmitir una idea o decorar el propio espacio, es decir, interactúa con la superficie y con las personas que lo observan. Es muy distinto.
Banksy utiliza las paredes como medio y soporte para difundir su activismo social, su denuncia contra los abusos de los poderosos y crítica del negocio del arte. Usa el muro porque, dice «es lo más duro con lo que puedes golpear en la cabeza».
Su pintura empezó siendo clandestina porque en el Reino Unido y otros países pintar las paredes es delito. Así que había que ocultar tu personalidad, actuar de noche y rápido si no querías ser atrapado. De ahí nació el recurso de usar pseudónimo y utilizar plantillas recortadas (estarcido) que se ha convertido en su estilo personal tan reconocible… e imitado.
Banksy ha dejado su obra en los cinco continentes; ha participado en 40 exposiciones y escrito e ilustrado 7 libros; ha hecho una película que fue candidata a los Oscar como mejor documental; ha colgado obras suyas clandestinamente en museos como el Louvre, el Tate o el Moma; ha intervenido en el muro de Cisjordania y en los campos de refugiados de Calais y Mali. Ahora las ciudades están contentas de que Banksy las elija para dejar su obra: se ha convertido en un atractivo turístico.
Banksy es un artista que domina el lenguaje simbólico y conceptual y también la comunicación en redes sociales. Su actividad política, antisistema, sus mensajes directos le ha generado una popularidad que ha acabado interesando también a los coleccionistas y que todos los museos contemporáneos quieran tener obras de Banksy autentificadas. En las subastas una docena de sus obras han superado los 10 millones de libras. Cada nueva aparición de un Banksy es noticia en los periódicos. Popularidad, transgresión, reconocimiento, ventas… ningún otro artista en lo que llevamos de siglo iguala estas marcas: ni el provocador Damien Hirst ni el especulador Jeff Koons. Banksy es, sin duda, el número uno.