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Sabemos que la enfermedad de Alzheimer (EA) es una demencia debida a alteraciones estructurales del cerebro, acúmulos de trozos de proteínas específicas que hacen que este vaya deteriorándose con el tiempo. La causa, como hemos señalado en otros comentarios, no es fácil de conocer, pero se admite que solo un tercio de las EA tendría alguna relación con la herencia, la presencia de estos genes (APOEε4), como bien se afirma «ni es necesaria ni es suficiente» para producir una EA, y es que nuestro comportamiento, nuestros estilos de vida, nuestra manera de ser influirían en el cerebro.

Por ejemplo, el ejercicio físico, el cuidado de los dientes, la alimentación… una vez más, la dieta mediterránea, el consumo de los ácidos grasos omega 3, antioxidantes, magnesio, café, té,.. protegerían y por contra los hábitos tóxicos, fumar, alcohol, fármacos psicoactivos, de lo que ya hemos hablado («Es Diari» 09-2022), influirían en su desarrollo y, algo que nos han recordado estos días los medios, los traumatismos repetidos en la cabeza en deportistas (futbolistas, artes marciales...).Se sabe que con una la vida activa se mejoraría la cognición y se evitaría que estas sustancias proteínicas, estas placas amiloides, se acumularan en el cerebro disminuyendo con ello la EA. Y es que, como hemos hablado en otras ocasiones, la estimulación cerebral, el entrenamiento cerebral (lectura, escritura, cálculo, juegos...), la convivencia con mascotas, e incluso la utilización de la informática a una cierta edad («Es Diari» 07-2023), como vimos en una ocasión, podía ser beneficiosa.

Por otro lado, como factores contraproducentes, también hemos comentado en alguna ocasión, al estrés, pues sería como un veneno para el cerebro, pues empeoraría la capacidad cognitiva afectando a la memoria, al aumentar los niveles de sustancias corticoideas en el cerebro influyendo en la plasticidad neuronal. Y también las enfermedades mentales, la depresión... incluso los fármacos utilizados en su tratamiento también podrían tener alguna repercusión en la evolución hacia la EA.

Sin embargo hoy no hablaremos de una enfermedad mental, sino de la personalidad, un rasgo intrínseco de la persona, que depende de ella misma y que tiene difícil modificación.

Se admite, por ejemplo, que en el rendimiento cognitivo, las personas con un alto nivel de escrupulosidad tienen tendencias conductuales, emocionales y cognitivas más saludables que les protegerían del desarrollo de la EA, tendrían lo que se llaman una «resiliencia» (adaptación) cognitiva. Del mismo modo, las personas que son extrovertidas, que tienen una actitud positiva, que son concienzudas, también podrían tener un menor riesgo de demencia.

Al contrario, aquellas que tienen unos altos niveles de neuroticismo, o que suelen responder con emociones negativas en ciertas situaciones, sea con frustración, enfado, ansiedad, vergüenza o tristeza, tienen un por ello mayor riesgo de presentar demencia.

Para estudiar estos aspectos, comentamos un estudio publicado recientemente por Emorie Beck et al (Alzheimer's & Dementia 2024) que evalúa las relaciones entre cinco rasgos de personalidad y las manifestaciones de demencia posterior y su posible afectación estructural analizadas tras el fallecimiento.

Se hizo un metaanálisis a partir de datos de ocho estudios con 44.531 individuos (49 a 81 años de edad al inicio; 26-61% mujeres) seguidos durante hasta 21 años, durante los cuales se registraron 1.703 casos incidentes de demencia; en los que se investigó si 5 grandes rasgos de la personalidad (la extraversión, la amabilidad, la escrupulosidad, el neuroticismo y la apertura a la experiencia) y de bienestar subjetivo (satisfacción con la vida, afecto positivo y afecto negativo) influían en los síntomas clínicos de demencia según el rendimiento en pruebas cognitivas y en la estructura del cerebro, según el análisis neuropatológico en el momento de la autopsia tras la muerte.

Según este análisis, un alto neuroticismo, negativismo y baja escrupulosidad serían factores de riesgo de demencia.

Por el contrario, la escrupulosidad, la extraversión y el afecto positivo serían protectores.
Resultados que fueron consistentes en todos los estudios evaluados independiente de las características sociodemográficas y de diseño de los mismos.

Sin embargo, no se encontraron asociaciones consistentes entre los factores psicológicos y la neuropatología cerebral en la autopsia.

Según este análisis, pues, la personalidad influiría en el riesgo de presentar demencia, pero no modificaría la estructura cerebral.