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La ansiedad podríamos decir que es la alteración (que no enfermedad) mental más frecuente en la actualidad en los países occidentales. Es consustancial con nuestra manera de vivir, rápida, hiperconectada, competitiva y con deseos, metas impuestas, muchas veces imposibles de alcanzar. Nuestro mundo es poco dado a la pausa, al sosiego, a la reflexión. De ahí que la ansiedad, sea el síndrome de ansiedad generalizada, la agorafobia, el ataque de pánico..., sea tan frecuente.

Se lee que afecta a 301 millones de personas (pocas me parecen) a nivel global. Es una situación antesala de la depresión que en casos puntuales incluso puede llevar al suicidio, o sea que no es baladí.

El tratamiento habitual en nuestras consultas es la medicación con ansiolíticos (benzodiacepinas) y/o antidepresivos, aunque existen otro tipo de terapias cognitivo conductuales o psicoterapias de otro tipo a cargo de psicólogos no siempre accesibles a la mayoría de nuestros pacientes. La terapia farmacológica, por su parte, está sujeta a incumplimientos y a efectos secundarios, y no resuelve la causa (si la hay) subyacente o agravante de la ansiedad.

Hoy hablamos como alternativa a estos tratamientos sobre la efectividad de las terapias fundamentadas en la meditación o la conocida como «atención plena» el mindfulness en inglés, que se ha puesto tan de moda; una práctica que no deja de ser minoritaria en nuestro país, aunque apuntan que en EEUU el 15% de la población podría haber tenido algún contacto con la misma.

El mindfulness, a grandes rasgos, se podría traducir en tener una consciencia plena de cada momento que vivimos, una atención, un estar atento consciente del momento en el que se está viviendo, sin juzgarlo, solo observarlo y sin permitir que otras ideas nos distraigan de este estado y todo ello en base a practicar una serie de ejercicios de meditación. Nada nuevo a las prácticas de la meditación india (Vipassana) o salvando las distancias a la meditación de Santa Teresa de Jesús, una situación mental de «tomar conciencia de la realidad» que nos ayude a controlar aquellos pensamientos recurrentes que nos puedan agobiar.

Unas técnicas utilizadas por la psicología clínica o la psiquiatría desde los años 70 en el tratamiento desde el estrés, de la adicción a drogas, de las enfermedades crónicas (cáncer, reumatológicas...) de la ansiedad o de la depresión...

Un metaanálisis (evaluación de estudios publicados) de Haller H et al (Sci Rep. 2021) sobre 23 estudios o 1.815 individuos con diversos grados de ansiedad evaluados sugirió un efecto ansiolítico (reductor de la ansiedad) de esta técnica mental a corto plazo. Pero en este sentido faltaba evaluar la efectividad de esta técnica frente a los tratamientos más habituales utilizados; de ahí que la publicación del estudio TAME (Treatments for Anxiety: Meditation and Escitalopram) que compara la efectividad de ésta (evaluar la no inferioridad) con un tratamiento farmacológico reciente y aprobado al efecto por las agencias europea y americana, (la European Medicines Agency y la US Food and Drug Administration), como es el escitalopram, nos ha parecido muy interesante.

El estudio TAME es un ensayo clínico de no inferioridad desarrollado en 208 personas adultas diagnosticadas de ansiedad en tres centros médicos de EEUU durante un período entre 12-24 semanas, que fueron distribuidos aleatoriamente 106 a un tratamiento con escitalopram (10-20 mg) y 102 a un programa de mindfulness. El mindfulness consistió en una clase semanal de 2,5 horas y una clase larga de fin de semana, así como una sesión diaria de meditación guiada de 45 minutos en cada domicilio.

Para medir los resultados se utilizó una escala para medir la ansiedad la «Clinical Global Impression of Severity scale (CGI-S)», en la que la puntuación de «1» es no tener ningún síntoma (no tener enfermedad) y la puntuación 7 es estar extremadamente grave, con un criterio de no inferioridad con un margen de -0,495 puntos entre ambos tratamientos.

Con lo que se constató que ambos procedimientos eran capaces de reducir en un 30% la sintomatología ansiosa, y que ambas eran efectivas para este propósito pues siendo la diferencia de puntuación entre ambas muy corta, y dentro del margen de no inferioridad definido al inicio del estudio.

Otro aspecto a reseñar es que 10 (8%) de los pacientes abandonaron el tratamiento con el medicamento (problemas en el sueño, astenia, náuseas, cefalea..) y ninguno con el mindfulness, lo que muestra las bondades de esta técnica.

Queda claro pues que el mindfulness es tanto o más efectivo que los fármacos en el tratamiento de la ansiedad y mejor tolerado, teniendo al final un valor añadido al mejorar las relaciones interpersonales y consigo mismo, al aceptar y no juzgar nuestros propios pensamientos.

Estas personas tenían una edad media de 33 años y el 75% eran mujeres y su puntuación inicial según esta escala era de 4,44 en el grupo del mindfulness y de 4,51 en el grupo del escitalopram, que se redujo en ambas terapias en 1,35 puntos con el mindfulness y en 1,43 puntos en el grupo del fármaco.