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Queremos unas elecciones sin campaña electoral. Pongan las urnas y votemos». Se trata de un mensaje viral para la recogida de firmas que circula por la red en previsión de la catarata de demagogia, acusaciones y proclamas inútiles que se nos viene encima de aquí al próximo 26 de junio. ¿Pero qué nos van a decir a estas alturas que no nos hayan dicho ya durante cuatro meses esperpénticos que han manifestado el afán proporcional a la inoperancia de la práctica totalidad de los candidatos? Han colapsado los informativos a partir de reuniones repetidas y adornadas con un falso compadreo, en ocasiones, que solo han revelado su ambición para alcanzar el poder a base de alianzas contra natura traicionando programas y personas tras ningunear a la fuerza más votada de los últimos comicios que, por eso, es la que menos desgaste ha sufrido.

Cuanto menos, sus devaneos y cansinas apariciones han permitido desenmascarar en gran parte a los autodenominados hacedores de la nueva política. Ellos tampoco son transparentes. Ellos también matan al mensajero. Ellos también arropan a corruptos en sus filas.

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Las nuevas elecciones van a tener un coste de cerca de 160 millones de euros. Si la sumamos con el de las anteriores y el montante destinado a las formaciones políticas superan los 500 millones de euros... para acabar regresando a la casilla de salida.

121 diputados de la Comisión Permanente del Congreso seguirán cobrando durante los dos próximos meses pese a la ausencia de actividad en las Cortes y los 229 restantes recibirán una indemnización por despido equivalente a casi dos meses de su sueldo, que ronda los 5.000 euros mensuales, como también sucede con los senadores.

Por lo tanto, habrá que considerar el lema de la recogida de firmas para, al menos, reducir las campañas publicitarias de los partidos. Que gasten y molesten menos. Pongan las urnas y votemos. Nada más.