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«Canción que brota de almas que son tuyas, de labios que han besado tu bandera», reza una de las primeras estrofas del Himno de Infantería. Podrían ser de otra arma, pero pertenecían al Regimiento de Infanteria Soria 9, uno de los más antiguos de Europa. No nos habíamos repuesto del dolor del atentado de la semana pasada cuando hoy nos sacude un nuevo mazazo. No dejábamos de admirar el comportamiento del teniente Gras Baeza, que en cuanto despertó de la gravedad de su mutilación sólo se interesó por sus soldados, ¿cómo están ellos? o de las cinco medallas de campeona de Europa en artes marciales que había conseguido desde su Tenerife de adopción, la soldado Jennifer García López también herida de gravedad, cuando nos llega la amarga noticia de la muerte de otros dos compañeros: el sargento primero nacido en Gijón, Manuel Argudin y la soldado nacida en Colombia, Niyireth Pineda. Todos habían besado nuestra bandera. La que otros compatriotas mal nacidos ocultan, cuando no insultan o desprecian. ¿Cómo pueden comprender el sacrificio de unos jóvenes que lejos de su patria luchan por la libertad de otros pueblos, libertad que repercute en nuestra propia seguridad? Por encima de las razones que esgriman los talibanes justificando sus acciones me vienen a la cabeza dos pensamientos: el primero es que conocen los planes de la Coalición de limpiar tácticamente en fechas próximas el Valle de Bum que ahora dominan, situado al norte de la provincia de Bagdis. Pero hay otra razón que me preocupa más. Dicen los talibanes que nosotros tenemos los relojes, pero ellos dominan los tiempos. Los anuncios de repliegues no siempre son positivos, especialmente cuando entrañan presiones de opinión pública, promesas electorales o simplemente síntomas de cansancio. No valen las debilidades ni en casa, ni fuera de casa.

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Artículo publicado en "La Razón" el 27 de junio de 2011