Imagen del Carreró d'en Ramonell, visto desde el Carrer de Maó. | Josep Bagur Gomila

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El reciente descubrimiento de un tramo del antiguo Carreró d’en Girondell, oculto durante muchos años en el edificio de Ca Savi, en la Plaça de la Catedral de  Ciutadella, ha puesto el foco en ese tipo    elementos urbanísticos, que acostumbran a encerrar alguna historia y no están exentos de cierto encanto. En el caso de la citada vía se tiene constancia de que en su día hubo un pleito entre vecinos que se disputaban la propiedad de algunos tramos. Al respecto, el historiador Florenci Sastre recuerda que «cuando hay callejón que no tiene salida, la tentación de los vecinos es hacerlo suyo».

Entre los callejones de ese tipo hay uno, el Carreró d’en Ramonell, que justo hace un siglo fue también objeto de alguna disputa y pleito vecinal, que una vez resuelto, concluyó que con esa vía, que unía originalmente las calles de Maó y Alaior, dejará de hacerlo, repartiéndose algunos espacios entre los vecinos.

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Carrer d s'Arc, un rincón de la ciudad habitado pero sin apenas movimiento. | JOSEP BAGUR GOMILA

Sin embargo, esas son historias de otra época, porque pasado el tiempo el propio Carreró d’en Ramonell es un ejemplo claro hoy día de convivencia y armonía. La puerta que no hace muchos años hacía de filtro ha desaparecido y la mejora en la iluminación ha contribuido a un comportamiento más cívico.

«Solo lo cerramos por Sant Joan», explica José Carretero, uno de los vecinos de las ocho viviendas que hay en el callejón. Los conflictos ya no existen, «aquí estamos encantados», relata sobre  la experiencia de residir en un espacio que a su juicio tiene una ventaja muy clara: «Vivimos en el centro, pero no se oye a nadie, es como si fuera un chalet en el campo», asegura. Y lo curioso del asunto es que la casa está a pocos metros de uno de los espacios más bulliciosos del casco antiguo, la ruta de la vía más masificada de la ciudad, entre Ses Palmeres y Es Born.

Paz en el centro

Lo de encontrar un remanso de paz en el puro centro de la ciudad, en este caso el callejón de la Plaça de la Llibertat, es algo de lo que también disfrutan dos de sus vecinos, Nicolás Sierra Moreno y su esposa Rosario Amorós, quien nació en la casa que habita hace 74 años. Esta última ve más pros que contras, «aquí lo mejor es la tranquilidad, estamos más recogidos y puedes salir a sentarte en la calle cuando quieras», valora la vecina de un espacio en el que están rodeados principalmente de negocios, un estudio de tatuajes, una tienda textil y un bar. Sobre la convivencia, ambos hablan maravillas, también con los veraneantes habituales.

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Nicolás y Rosario, vecinos del callejón de la Plaça de la Llibertat. | Josep Bagur Gomila

Al otro lado de la ciudad igualmente se de el caso de varios espacios que cuentan con la peculiaridad de acoger viviendas que se encuentran en callejones sin salida. Ocurre en el Carrer d s’Arc, en Ses Roques o en Cal Bisbe. Espacio este último en el que hay todavía numerosos vecinos, una buena parte de ellos extranjeros, y por lo que cuentan con muy buen ambiente. Un rincón con cierta tradición en el pueblo, especialmente durante las fiestas de Sant Joan, ya que es el lugar donde el fabioler refugia a la somera durante las correguedes de Sa Plaça.

Hay otros espacios de las mismas características que, sin embargo, pasan desapercibidos para los viandantes. Ese es el caso de un antiguo callejón que, tal y como explica el historiador Florenci Sastre, se conocía como el Carreró de Ses Piques, ubicado entre los números 61 y 63 del Camí de Maó, y cuya entrada está blindado ahora  por una puerta. Una antigua vía a la que algunos vecinos sí pueden tener acceso desde el interior de sus viviendas.

Espacios ocultos

Por otra parte, hay callejones cuyos restos solo se pueden intuir a vista de pájaro. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, con el Carreró de Ses Esquellas, también conocido de Sa Pabordia, cuyo recorrido se puede intuir desde el campanario de la Catedral, según explica Sastre. Una vía que bordeaba el templo para conectar con el Carrer de Sant Sebastià, pero que en 1803, después de que se construyera por completo el Carrer de Cal Bisbe, que con anterioridad solo llegaba hasta el horno de Can Montaner.

«Cuando se construyó la nueva calle, el callejón resultó inútil», relata el historiador, por lo que el espacio se aprovechó para otras viviendas. «Al Real Patrmonio le interesaba, porque así aumentaba sus ingresos», añade, pero también apunta que por aquel entonces había una orden del Rey Sancho de Mallorca que dictaba «que no se podían disminuir las calles ni las plazas».

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Estado en el que se encuentra el Carrero de Ses Piques. | Josep Bagur Gomila

Así fue como, poco a poco, el centro de la ciudad  fue reconfigurando su estructura urbanística, de una forma más notable con la entrada del siglo XIX, cuando se optó «por racionalizar las calles, ya que en la época medieval eran totalmente irregulares», continúa el historiador. Ello se tradujo, por ejemplo, en la remodelación de la Plaça de la Catedral, que adquirió un nuevo diseño con el levantamiento del edificio de «La Seixantina», que desde 1994 es la sede del Consell, y en cuya parte trasera vieron recientemente la luz los restos de    del Carreró d’en Girondell. Un patrimonio que    como ya avanzó el conseller de Cultura, Joan Pons Torres, se encuentran en buen estado y se preservarán dentro de la que será futura sede de la Menorca Talayótica.