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Raquel Marqués Díez
Sangro todo lo que escribo y pienso, ¿para qué?, si nadie lee". Así es como un amigo escritor me transmite su pesar a propósito de la entrevista de la semana pasada con Gabriel Janer Manila. Le desilusiona saber que hay más como él. Una decepción que es mayúscula, me cuenta, cuando se imagina a ese grupo de creadores que se encierran en casa hartos de que la sociedad les menosprecie. En mi caso, le digo, yo ya hace mucho tiempo que no me hago cruces. Sé, por experiencia, que la gente le da la espalda a todo lo que tenga que ver con ir a contracorriente. Es aquello de "no te muevas o no saldrás en la foto". Es aquello de envolver las iniciativas culturales en un packaging donde la suma de político, artista y partida económica ya hace demasiado tiempo que apesta.

Mi batalla particular contra las modas culturales comenzó hace años. Mi filosofía al respecto es fácil de resumir. Dime qué es lo que vende que me cambio rápido de acera. Pese a que aún no he llegado al extremo de encerrarme en casa, mis hábitos de consumo en tiempo de ocio delatan al entorno en el que me muevo que, sencillamente, no me entero de nada. De nada, se entiende, de lo que se habla en la calle y en los foros de redes sociales. A la mayoría, les sorprende y se quedan con lo anecdótico, como el hecho de que hace más de tres meses que la tele no se enciende en mi casa porque me he sublevado a todo aquello que venga marcado explícitamente por el yugo de quienes escriben la Historia de lo correcto. Pero son los otros, la minoría, los que me animan a seguir en mis trece. Ellos y su idilio con la literatura. Aún con ciertos aires de ermitaña, sigo conectada vía internet a un mundo que está patas arriba, con esta profesión qué les voy a contar... Al menos en el ciberespacio nadie navega, ni vive, por mí.