TW
0

Dino Gelabert-Petrus
redactor
El otro día sorprendí a un energúmeno de los que se hacen llamar entrenador, gritándole a uno de sus minidiscípulos "¡Cómo no lo hagas bien, verás...!". Reconozco que no sé qué me llamó más la atención, si la amenaza en sí o la alternativa consiguiente que no acabó de determinar y que disfrazó de puntos suspensivos. '¿Por qué no te callas?', debería haber espetado el menor, lejos de referencias monárquicas que están de actualidad.
Uno se acostumbra cuando habla con los entrenadores en los recuadros dedicados a ellos en las páginas que preceden a ésta a que subrayen como principal objetivo el que los niños se diviertan. A este fulano berreador, todavía no lo he llamado, y dudo que lo haga. Los hipócritas no tienen cabida en este pliegue de ocho hojas. En mi etapa inicial de deportista no recuerdo que en ninguna ocasión me mangonearan, del mismo modo que yo procuraba no encabritar a la autoridad de turno.
Porque al fin y al cabo los entrenamientos sirven para desconectar, mayormente, de lo que ha sido la jornada y trabajar conceptos que lo precisan. Tanto en el fútbol como en el baloncesto o en el tenis, entre otros, y los niños lo único que buscan es pasarlo bien, sin que les tengan que amenazar. Porque un grito o una salida de lugar como el improperio que cito al principio es una falta de respeto que quita la razón al entrenador y le otorga al alumno un motivo más de rebeldía. A nadie le gusta que le griten.
Si los gritos se tornan pan de cada día en los entrenamientos, por descontado que pasará lo mismo sobre el terreno de juego y creará una crispación constante que conllevará una fractura en lo que debe ser la segunda familia del deportista. Porque aquel que es hijo/a único/a, busca el consejo o el apoyo que debería darle el hermano mayor en un compañero de equipo.
Y a los del otro lado, a los niños y niñas, jóvenes en general, se les tiene que exigir que comprendan que un entrenador, en la mayoría de ocasiones, es alguien que se ha ofrecido de forma voluntaria y desinteresada para dedicar su tiempo libre a complementar su educación, por lo que no es de extrañar que algún día malo tenga, por aquello que normalmente la hora u hora y media de entrenos le llega después de afrontar su jornada laboral de ocho horas, y algún día se puede atragantar más que otro. Por eso es una buena opción dejar las charlas para el vestuario.
Porque como en la mayoría de los problemas que surgen en la vida, por muy complejos que se presenten, la solución puede residir en el respeto mutuo, base indiscutible para toda convivencia.