El profesor Lluís Serra i Llansana es articulista en «Catalunya Cristiana» y también es autor de varios libros. Entre ellos, «El eneagrama de las pasiones».

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Doctor en Psicología, licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el hermano marista Lluís Serra i Llansana abre hoy, a las 20,15 horas, en el Seminario Diocesano de Ciutadella el curso 2024-2025 de la Escola de Teologia de Menorca. Compagina la actividad docente con la secretaría de la provincia marista «L’hermitage», que incluye Argelia, Catalunya, Francia, Grecia y Hungría

¿El perdón es necesario para amar y ser amado?
—El amor y el perdón son dos caras de la misma moneda. No es fácil sacudirse del resentimiento, la ira, la venganza, el egoísmo... que los imposibilitan. Entre ellos, entre el amor y el perdón, existen vasos comunicantes. A más de uno, más de otro. A menos de uno, menos de otro. Se requiere tiempo y trabajo personal. Cicatrizar una herida, sea porque se ha recibido o porque se ha causado, no es tarea de un día. Casi siempre queda la señal, pero cuando se toca, si se ha curado, ya no hace daño. Regodearse en una herida puede alimentar la sensación de ser víctima, pero no conduce a la sanación. El amor es el mejor ungüento para suavizar la herida hasta cicatrizarla y convertirla, de acuerdo con el título de la obra de Josep Maria de Segarra, en una herida luminosa.

¿Es posible amar sin perdonar?
—La falta de perdón bloquea la capacidad amorosa de la persona. El papa Francisco, en la bula que convoca el Jubileo 2025, afirma que «perdonar no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza. El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén aún surcados por las lágrimas.» Perdonar y pedir perdón no es fácil, a veces muy difícil, pero dejar de hacerlo es renunciar a vivir con alegría. Implica quedarse atrapado en el pasado, que impide avanzar. Cuando uno es el ofensor, se requiere arrepentimiento, sincero y profundo. Sin humildad no es posible.

¿Hay líneas rojas que impiden el perdón en la Iglesia?
—El límite eclesial se inspira en las palabras de Jesús en el evangelio según san Mateo: «los hombres obtendrán el perdón por todos los pecados y por todas las blasfemias, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada.». Es decir, resistirse al perdón, a la verdad, optar por el mal sabiendo que es mal. La cerrazón moral se rompe cuando el corazón se abre al arrepentimiento y se inicia el camino de la conversión.

¿Existen hechos o comportamientos imperdonables?
—Perdonar y ser perdonado no significa aprobar ni justificar hechos de personas o colectivos, incluso de uno mismo, sino liberarse de los sentimientos que atenazan el corazón como el odio, el resentimiento, el rencor, la venganza… Pedir perdón se basa en la conciencia del daño que se ha producido a otra persona y en la humildad de reconocer los propios fallos, sin quedar apresados por una culpabilidad que atormenta y paraliza. Cuando decimos que una conducta es imperdonable queremos decir que es muy grave y dolorosa.

¿Qué dice a quiénes afirman que perdonan pero no olvidan?
—Personas y colectivos que han sido te ofendidos o perjudicados, ante una justicia inoperante, exclaman: «Ni olvido ni perdón». La memoria alimenta un sentido de prudencia capaz de evitar que se reproduzcan situaciones dañinas o alejarse también de relaciones tóxicas. Si se nutre de sentimientos negativos, resulta perjudicial para la persona misma, que los vive y los revive constantemente.

¿Debemos perdonarnos primero a nosotros mismos?
—Cuando Jesús ofrece la oración del padrenuestro, incluye el perdón como uno de los temas centrales: «Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido». Nosotros nos convertimos en la medida del perdón. Pedimos a Dios el mismo trato que damos a los demás. Afortunadamente, la misericordia divina excede todos nuestros límites. El perdón sigue la misma regla que el amor: amar al prójimo como a ti mismo. De igual modo, perdona al prójimo como te perdonas a ti mismo. No es una autoindulgencia irresponsable, sino una mirada humilde y comprensiva sobre la propia vida.

En estos tiempos líquidos, ¿cómo une psicología y espiritualidad?
—Santa Teresa de Jesús construyó un puente que enlazó la psicología con la espiritualidad. Afirmó: «Tengo por mayor merced del Señor un día de propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones y trabajos, que muchos de oración». Daba gran importancia al propio conocimiento. En el terreno espiritual se corre el riesgo del autoengaño. Hay que ser lúcido y tener consciencia de la propia realidad. La integración de la psicología y la espiritualidad es imprescindible. Funcionan en tándem.

¿Cómo curar las heridas del alma, las emociones y sanar los sufrimientos?
—El diálogo entre psicología y espiritualidad favorece la curación. Ser consciente de la situación personal es el primer paso. La actitud de Jesús, en un momento tan dramático como cuando está afrontando su propia muerte en la cruz, ayuda a hacer propia la oración: «Padre, perdónales…» Sumergirse en el fondo emocional sin dejarse llevar por él propicia la serenidad y la aceptación.

¿Qué es más terapéutico: escribir la autobiografía o buscar respuestas en el Evangelio?
—Las aportaciones terapéuticas no tienen por qué ser excluyentes. Escribir una autobiografía es un momento extraordinario de lucidez a través del cual se pueden identificar las heridas, los capítulos que requieren una reconciliación, etc. Esta tarea no cierra la puerta a la lectura y meditación del Evangelio, como fuente de inspiración y estímulo para mejorar la propia vida y convertirla en un don para los demás.

¿Cómo lograr la reconciliación?
—La reconciliación implica restaurar los lazos que se han debilitado y recuperar los vínculos que alguna vez existieron… La reconciliación puede operarse en todo tipo de relaciones: con Dios, con los demás y consigo mismo. El amor recupera la unidad. Resulta muy sugerente observar cómo en la Iglesia existe un sacramento de la reconciliación que restituye la unión con Dios y con la propia comunidad.