La familia supervisa y mima a diario las instalaciones, para prolongar la vida útil de unas instalaciones que les permiten estar desconectados de las redes públicas. | Katerina Pu

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En las proximidades de Sant Climent encontramos un ejemplo de casa autosuficiente y ecológica, donde todo lo que se consume se ha producido por medios propios y contribuye, además, a no empeorar la situación de los acuíferos, al tratar incluso las aguas negras. Todo, gracias a una inversión importante, pero, sobre todo, por la perseverancia a la hora de hacer frente a las enormes dificultades por la burocracia ante las distintas administraciones. Sin esa decisión, uno acaba sucumbiendo en su intento.

Esta historia tiene sus inicios en 2013, cuando la familia de Antoni Orfila heredó una boyera en ruinas y, en 2014, cuando la aprobación de la Norma Territorial Transitoria les abrió la puerta a poder modificar los usos para que fuera residencial y crecer un 20 por ciento en superficie, hasta los 140 metros cuadrados.

Ahora, después de once años batallando, la familia lo tiene en todo en regla, pero «ha sido terrible» completar la burocracia ante el Ayuntamiento de Maó y el Consell insular. Como ejemplo, «en julio hará un año que pedí bonificar el IBI al 50 por ciento y todavía no tengo respuesta».

Fin a las facturas

Admite Orfila que «la inversión ha sido importante, y es cierto que tuvimos subvenciones para las placas solares y, hace diez años, para el filtro verde con el Ayuntamiento, pero tampoco lo he querido contar, es una cifra que debe doler». Pero es un desembolso que se ha hecho escalonadamente, hasta equipar completamente la casa, para disponer de todas las comodidades y «dejar de pagar facturas».
Este bouer es autosuficiente en electricidad, con quince paneles fotovoltaicos y siete baterías que ofrecen una potencia de 9,2 kWh. «Es suficiente para todo el año, salvo dos o tres días en invierno, en que usamos un generador».

En cuanto al agua, toda la que utilizan es de lluvia. Han diseñado canalizaciones (de obra) que conducen el caudal procedente del tejado y de las terrazas (lisas y con pendientes) que almacenan en dos cisternas, que suman más de 100 toneladas y que se utilizan tanto para beber y cocinar, como para el aseo, la lavadora o el lavavajillas.

Para cocinar, utilizan cocinas antiguas de madera y la chimenea caldea los radiadores. Y relativo a las aguas residuales, se reaprovechan «con un sistema de filtro verde natural, para regar los árboles frutales y los de sombra». En cambio, para la pequeña huerta que tienen utilizan el agua de los deshumidificadores o de lluvia, «recomiendan no utilizar la que filtramos». Y «si no llegamos, porque llueve poco, compramos agua del pozo de un vecino», añade.

También disponen de un sistema para generar «agua ionizada, que permite ahorrar en detergentes». Así, «solo utilizamos un poco para el lavavajillas y el suavizante para la ropa lo hacemos nosotros, y evitamos los atascos que producen estas masas pastosas».

Para reformar la vivienda han reutilizado muebles, ventanas e, incluso, algún electrodoméstico desechado en algunas obras en las que trabajó Orfila, para culminar un proyecto, no solo de autoabastecimiento, también de reaprovechamiento, del que solo lamentan las continuas dificultades burocráticas y el dispendio de tiempo invertido.