Cipriano Marín se ha convertido en un talismán para Menorca, ya que ha participado en dos de sus grandes hitos. ¿Hay admiración mutua?
—Sigo admirando Menorca como el primer día. Siempre ha sido una referencia para mí por la belleza de sus paisajes, su gente, su patrimonio, pero también como isla ideal que es, por los muchos valores que tiene. Menorca tiene un carácter muy especial que la diferencia de la mayoría de las islas, tiene una personalidad extremadamente fuerte. Y me permitió, de muy jovencito, como insular que soy, asomarme al Mediterráneo desde esa maravillosa ventana que es Menorca.
¿Qué supone contar con estas dos declaraciones?
—Es uno de los pocos sitios del planeta con dos designaciones de la Unesco. Es una reserva de biosfera que, además, lidera una acción, una vía propia de desarrollo sostenible y que es modelo para otras islas. Además, ha logrado que su patrimonio más importante, el de la cultura talayótica, haya entrado a la lista de Patrimonio Mundial. Es una rareza que en un territorio, y más siendo tan pequeño, acumule dos declaraciones tan importantes. Entrar a la lista de Patrimonio Mundial es formar parte del ADN que conforma la apasionante aventura de la historia de la Humanidad y, por tanto, también somos responsables de su transmisión hereditaria. Y los valores están claros. Menorca siempre ha sido mirada por mucha gente como modelo de desarrollo sostenible gracias a sus múltiples logros y también, ahora, como modelo de protección del patrimonio prehistórico. Siempre he creído que patrimonio cultural y desarrollo sostenible son dos caras de una misma moneda. Menorca completa el círculo como modelo de isla y como modelo de territorio.
¿Nuestra identidad se ha construido a partir de estos valores?
—Desde luego, porque creo, es más, lo puedo afirmar, que la declaración de reserva de biosfera ha influido de forma desigual en los distintos territorios de la red mundial de reservas. A la hora de construir la identidad de Menorca, los valores que ha defendido la reserva de biosfera han impregnado el devenir de la Isla a lo largo de los últimos treinta años, dándole un carácter, unos objetivos, fomentando modelos de desarrollo y de protección de los valores de la Isla. Y desde luego que ahora, con el patrimonio mundial, los monumentos talayóticos son un referente de la identidad de Menorca, sin olvidar que lo han sido siempre, porque cualquier menorquí ha convivido con ellos y son parte de su identidad. Ambas cosas han conformado una identidad muy potente, poderosa, creativa e imaginativa de la Isla.
La reserva de biosfera ya fue una declaración pionera, ¿verdad?
—Menorca es declarada reserva de biosfera un año después de que se acuñara el término de desarrollo sostenible en la conferencia de Río de 1992. Fue la primera reserva que incluía todas las facetas de la realidad insular, incorporaba una visión estratégica común, los espacios naturales, la conservación de la diversidad, pero también su entramado socioeconómico y territorial, desde el mundo agroganadero hasta la actividad turística. Y por tanto, fue la primera reserva donde se superaba la estricta visión ambientalista que predominaba en la concepción de las reservas de biosfera. Era una concepción muy orientada a la conservación, una visión muy anglosajona. Las reservas de biosfera actuales son inconcebibles sin su gente, sin sus actividades. Menorca abrió el camino del concepto actual de reserva de biosfera, dándoles una visión más holística.
La Convención del Patrimonio Mundial dice que ciertos lugares de la Tierra tienen un valor universal excepcional. ¿Qué diría que hace única y especial a la Menorca Talayótica?
—Lo primero es que se trata de una excepcional ventana abierta a la prehistoria de las islas. Este valor excepcional se sustenta también en la enorme cantidad de monumentos prehistóricos dispersos por toda la Isla y que son únicos y exclusivos. Pero una de las cosas que la hace verdaderamente especial es que todos estos monumentos están arropados o han convivido a lo largo de los siglos con un excepcional paisaje rural. Es un paisaje arqueológico vivo y vivido. Cuando hablamos de entornos arqueológicos o restos de la prehistoria suelen ser paisajes cerrados, donde no hay gente, paisajes relictos. En cambio, Menorca ha integrado su patrimonio en el paisaje actual, vivo. Esto entronca con la filosofía de la reserva de la biosfera. Es un caso muy particular en el mundo.
¿Cómo nos ven quienes nos observan desde fuera?
—La percepción general es que Menorca es una isla especial, donde se respetan los valores ambientales y culturales y con un patrimonio excepcional. Desde los territorios insulares, Menorca se ve con envidia (y ríe), porque conserva unos valores que en otros sitios se han perdido. Existe también la percepción de una isla excelente en todos los aspectos. El público al que le interesa Menorca tiene un nivel de cultura destacado, porque lo importante es el nivel de conocimiento, no el poder adquisitivo.
¿Qué futuro cree que le espera a la Isla tras ser inscrita a la lista de Patrimonio Mundial?
—Suele ocurrir que al abrirse la ventana excepcional a su conocimiento tras una declaración de Patrimonio Mundial, incrementa la actividad turística. Pero creo que no es el caso de Menorca. Es un destino turístico consolidado. Tiene su propia imagen, diferencial de calidad ambiental y cultural. La gente atraída por Menorca lo hace por los valores de los que estamos hablando. Lo que habrá, en todo caso, es una mayor diversificación de la oferta. Habrá quien se fije más en este patrimonio que, pese a tenerlo al lado, no estaba muy visibilizado. Puede contribuir más a la desestacionalización y a la diversificación de la oferta, pero en ningún caso creo que hablemos de problemas de aumento de masificación. No obstante, el debate de la masificación siempre es bueno que se tenga. En los territorios insulares hay que tener muy en cuenta cuáles son los límites del crecimiento porque son extremadamente frágiles. Hasta ahora Menorca lo ha hecho, ha controlado relativamente bien su crecimiento.
Dice usted que «la isleidad» de Menorca permitirá sobrevivir con luz propia en un mundo globalizado. ¿A qué se refiere?
—En el mundo actual existe una tendencia a estandarizarlo y uniformizarlo todo, desde los hábitos de consumo, la cultura, hasta el urbanismo y la forma de vivir. Menorca es ejemplo de cómo no caer en la uniformización global. Por ejemplo, un resort en Lesbos y uno en Cuba son idénticos, solo cambia el personal. Y Menorca, sustentándose en sus valores, quiere marcar una diferencia en un mundo muy globalizado y esto permitirá competir de forma diferenciada.
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