Agradecimiento. Esa es la palabra que mejor resume el sentimiento de Sabrina respecto a la Isla que ha elegido como destino para su familia, el lugar donde dice vivió sus mejores años como deportista con el Club Volei Ciutadella. Ahora la brasileña, con sus castigadas rodillas por los efectos del deporte profesional, comienza con ilusión una nueva etapa como profesora de pilates y mira con optimismo el futuro.
¿En qué momento de su vida llega a Menorca y por qué?
— Lo que me trajo a la Isla fue el voleibol. Jugaba en Brasil, recibí una propuesta para salir de mi país y decidí aceptarla. Al principio fui a Córdoba, después a Madrid y en mi tercera temporada recalé aquí.
¿Qué primera impresión le produjo este lugar?
— Venía de una metrópoli, de una gran ciudad, así que al principio llegar a un sitio pequeño y tranquilo fue un gran cambio. Pero poco a poco me fue gustando, aunque en un primer momento sí que supuso un pequeño shock. Siempre hay cosas que se echan en falta, por muy sencillas que sean...
Sin embargo, su paso por Menorca se ha desarrollado en diferentes etapas...
— Cuando llegué por primera vez hice muchas amistades. Aquí, en España, la pretemporada de voleibol comienza pronto y luego se juega en invierno, hasta más o menos abril. Y en verano de 2008 yo quería quedarme para el tema de papeles, quería que mi marido, Tom Soares, estuviera aquí acompañándome. Así que comencé a buscar trabajo, y al final encontré un puesto de ayudante de cocina. Un buen amigo, Óscar Torrent, me habló de esa oportunidad y fui a por ella. Esa persona ahora es mi hermano menorquín, somos como gemelos. En la entrevista me preguntaron qué sabía de cocina, y era más bien poco. Les dije que lo único que sabía hacer en mi vida era jugar al voleibol, pero que les podía garantizar responsabilidad y muchas ganas de aprender.
¿Cuánto duró esa etapa?
— Tras el verano, comenzó otra temporada y me fui fuera a jugar a Canarias. Después, mi hermano menorquín se volvió a poner en contacto conmigo, y así cada verano, para animarme a regresar y a buscar un trabajo. Así estuve un buen tiempo, jugando la temporada de volei para después regresar a la cocina.
Hasta que una temporada regresó para jugar de nuevo en el CV Ciutadella...
— Sí, después de pasar también por la liga alemana. Una vez más, él fue clave para que recalara en Menorca, siguió buscándome trabajos para que volviera. Y fue entonces cuando, con mi marido, decidí quedarme todo el año, ya que él iba a abrir un centro de entrenamiento deportivo. También habíamos decidido que queríamos ser padres. Yo ya vivía en Menorca, y cuando el equipo tuvo un problema con una central me llamaron para ver si estaba disponible, y aunque ese año no iba a jugar, me animé. Así fue como jugué dos años más, las temporadas 2010-11 y 2011-12, en las que el equipo ganó la Superliga.
Sin duda un buen broche a su carrera. ¿Se siente realizada como deportista?
— La verdad es que sí. Siempre dije que no saldría de Brasil si no recibía buenas propuestas, y al final ocurrió. Estoy muy contenta porque competí en buenas fases de la liga española, con un muy alto nivel, aunque con los años fue decayendo mucho.
Precisamente, este año se celebran los Juegos Olímpicos en su ciudad natal. ¿Qué papel augura para ambas selecciones? ¿Algún favorito?
— Siempre mi Brasil (risas). La verdad es que estoy un poco desconectada, ni siquiera sé si el equipo español está clasificado para la fase final.
¿Sigue practicando el voleibol?
— Ahora mismo no. Aunque antes del embarazo todavía seguía jugando un poco e iba a entrenar un par de veces por semana con las chicas. Cuando puedo también me gusta ir a ver algún partido. El problema que veo es la necesidad de hacer una cantera para después seguir creciendo. Se acaba un ciclo para luego empezar otro, es difícil tener continuidad. Es complicado, pero no solo en Menorca... en todos los sitios.
¿Lo echa de menos?
— Mira, antes no, pero empiezo a echarlo de menos... Lo que ocurre es que ahora es difícil conciliar.
¿Se plantea ser entrenadora?
— No, pero sí he sido profesora.
Su marido, Tom Soares, también es brasileño. ¿Donde se conocieron?
— En Brasil. Él vino cuando conseguí arreglar todo el papeleo.
¿Fue fácil la adaptación para ambos?
— Al principio todo fue un poco más difícil por las cuestiones burocráticas. Vino como agregado familiar mío, hasta que decidimos abrir nuestro propio negocio. A Tom también le costó porque él también venía de una gran ciudad y aquí la vida es mucho más tranquila... Por un lado nos gustaba la calma, pero por otro lado echábamos de menos otras cosas. Pero al final nos acostumbramos, y nos acabamos rodeando de un círculo de personas maravillosas. Tras idas y venidas, siempre volvíamos a Menorca. Se convirtió en nuestro punto de referencia.
Y ahora, instalados a largo plazo.
— Sí, tenemos nuestros negocios, yo acabo de abrir mi centro como profesora de pilates, y tenemos un hijo ciutadellenc, Enzo.
¿Qué es lo que más valoran de la vida en Menorca?
— La tranquilidad, aunque insisto, yo siempre digo que hay que buscar un término medio. Lo bueno aquí es que en cinco minutos estás en cualquier parte... Coges el coche solo para ir a Maó... Es un buen sitio para que crezca nuestro hijo.
¿Y lo que menos?
— Lo que más me preocupa es la educación de mi hijo cuando sea mayor, el hecho de que tenga que salir fuera. La realidad es que nosotros somos los que venimos de otro lugar y los que nos tenemos que amoldar a lo que hay, no podemos pedir más. Si hemos decidido quedarnos aquí es por algo positivo. Si hay cerca una playa yo soy feliz (ríe). Me gustan las playas de Menorca...
Las de Brasil son mundialmente conocidas...
— Sí, allí tenemos kilómetros y kilómetros de paseo marítimo y playas muy grandes. De aquí, me gusta mucho Son Bou, quizás es la que más se parece a las de mi país. Pero también me agrada mucho Cala Galdana.
¿Cómo están las cosas por Brasil?
— Lo que ocurre es que en lo que se refiere a Brasil cuando se trata de noticias parece que solo llegan las malas. Y no se ajusta a la realidad. Es un país pujante y muy grande. Por ejemplo, ahora solo se habla del problema del virus zika y el otro día veía un reportaje sobre los suburbios... Es verdad que hay lugares con deficiencias y dificultades de saneamiento, pero no solo se trata de eso. Las noticias que suelen llegar son esas o el Carnaval. Demasiados estereotipos. La realidad es que Brasil es un país que cada vez crece más.
¿Qué echan de menos?
— Básicamente la familia. El resto de cosas, aunque no sean lo mismo, se pueden conseguir. Y más ahora que tenemos un hijo pequeño. Yo siempre fui de viajar y no estar muy apegada a la familia, pero cuando uno está solo es diferente; tener un hijo hace que ahora todo sea diferente, y que sus familiares no pueden participar de verle crecer es algo que echo de menos.
¿Se sienten bien acogidos por la sociedad menorquina..
— Sí, eso siempre. Hemos encontrado gente maravillosa.
Forman, además, una familia muy emprendedora...
— Sí. En su momento estaba difícil para mi marido encontrar trabajo. Yo lo tenía un poco más fácil. Así que puso en marcha un negocio que ya tenía en mente hace tiempo, y estamos muy contentos con el resultado. Yo ahora me estreno como profesora de pilates... Lo que pretendemos es implantar nuestro mensaje, que no es otro que la actividad física es muy importante.
El deporte siempre es una referencia en su vida...
— Siempre, el deporte me da la base para todo. Comencé a los 16 años, un poco tarde. Nunca pensé en salir de mi país, y mira dónde he ido a parar. Mi profesión me ha dado pie a conocer mucha gente, y a muchas personas de fuera que también se han instalado aquí.
¿Está en contacto con la comunidad brasileña de la Isla?
— Conozco pocas personas. Pero mi marido tiene la idea de montar un espacio cultural no solo para gente de Brasil, sino de todos los países de Sudamérica, aunque es un proyecto más a largo plazo.
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