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Los tonos rojizos fueron ayer los protagonistas del paisaje menorquín. Una tormenta de barro atravesó la Isla con precipitaciones débiles, apenas 10 litros por metro cuadrado, pero que dejaron rastro, espectacular en algunos casos e incómodo en otros.

Durante buena parte de la mañana el cielo nublado que cubría la Isla adquirió un tono azafranado que dejó estampas llamativas por poco frecuentes. Es el caso del puerto de Maó, que a su ya atractivo habitual, se añadió un abanico cromático pintoresco.

La parte más incómoda de las tormentas de barro, que de vez en cuando pasan por la Isla, es la suciedad que dejan a su paso. Aunque llovió poco, los coches, las aceras, las repisas de las ventanas y el mobiliario urbano en general quedaron bañados por la tierra a la espera de que una nueva oleada de precipitaciones, esta vez libre de arenas, recomponga el paisaje habitual.