Excavaciones. Las imágenes aéreas de principios de la década de los 80 permitían distinguir perfectamente las entradas subterráneas

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O.R.P. Maó
Es uno de los rincones más desconocidos del Aeroclub y, por mucho que la mayoría de sus socios ha estado allí alguna vez, pocos recuerdan ya su ubicación. Son cinco en total. Repartidos por ambos lados de la pista aguarda entre la maleza lo que puede catalogarse de gran obra militar. Una red de fosos, túneles, rampas y galerías cuya primera función ha quedado en el olvido. Ahora no son más que el viejo recuerdo de una instalación militar.

Las ratas y las arañas han pasado a ser los únicos habitantes de las antiguas trincheras del Aeroclub. Hace escasos 30 años aún podían distinguirse en el paisaje en un vuelo rasante. Sin embargo, los árboles y las plantas han acabado por tapar su entrada. Cuesta distinguirlas pero allí están, recorriendo gran parte del subsuelo del aeródromo.

Entrar en ellas da un primer escalofrío. Oscuridad total y ruidos poco agradables. La humedad en paredes y suelo hace aún más lúgubres los pasadizos. Cuando los ojos se acostumbran a la penumbra uno descubre el gran entramado de galerías y cavidades. Más que trincheras parecen almacenes. Y justamente esto es lo que tenían que ser.

Grandes rampas de acceso dan buena cuenta de los propósitos del Ejército cuando decidió emprender las obras. Camiones o aviones, no importaba qué, pero la belicosidad de los tiempos aconsejaba tener un lugar cubierto para que el enemigo no descubriera la dotación apostada en la Isla. En caso de peligro de bombardeo, no hay mejor refugio que el subterráneo, debieron pensar.

Por suerte, la Guerra Civil acabó y con ella el trabajo iniciado por los militares. Ya no era necesario construir más fosas y las que estaban en marcha quedaron paralizadas. De ahí al abandono sólo había un paso, camino que año tras año se ha cubierto.

De ser una gran obra de ingeniería, a una serie de fosas llenas de escombros y cobijo de vagabundos y todo tipo de animales. Los restos son evidentes, como también lo son del expolio que han sufrido estas instalaciones. Grandes regatas descubren que antaño no fueron lugares lúgubres, sin luz. Alguien arrancó los cables. Los techos, ahora cubiertos de moho, fueron bóvedas pintadas de color blanco. Lo que ahora es un bosque de maleza, antes fue un pasillo, un camino hacia el exterior.

Lo que puedan ser en el futuro depende de qué pase con el Aeroclub. Como siempre, tiempo y dinero es lo único que se precisa para que algún día estas galerías puedan recobrar su utilidad. Mientras, aguardarán, impasibles, a que alguien se digne a visitarlas y limpiarlas.