La escritora, en una foto promocional para el lanzamiento de su primer poemario. | HEIDI RAMÍREZ

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Con su primer poemario bajo el brazo, «Mares migrants» (Jande, 2025), la escritora de raíces marroquíes Fàtima Saheb (1995) visita este fin de semana Menorca para participar en dos actos culturales. Mañana estará en Maó como invitada en el Poetry Slam que se celebrará en la nave de Es Turó Amagat (21 horas) y al día siguiente en Ca n’Ángel, en Es Mercadal (12 horas. Dos buenas ocasiones para conocer de primera mano su emocionante mensaje literario.

¿Cuándo y cómo entra la poesía en su vida?
—Siempre digo que mi vida ha sido marcada por varias coincidencias mágicas del destino, que en árabe se dice maktub. De hecho, es una de las cosas con las que me presento en el libro. La escritura me vino como con pequeños guiños, pero no fui consciente de que me quería dedicar a ella hasta que llegué a la universidad.

¿Qué fue lo que cambió allí?
—En ese momento tuve la calma y la oportunidad de gestionar una cosa que llevaba arrastrando mucho tiempo, que es una crisis de identidad con la que crecí pero de la que no era muy consciente. Y me gusta decir que esa crisis no la escogí yo, sino que me la iba recordando la sociedad. Llegué a Barcelona en 2012 y en esos cuatro años de universidad me puse a escribir ya muy en serio.

¿De qué escribía en sus inicios?
—Sobre mí, en primera persona, sobre mis dudas, cómo posicionaba en el mundo, cómo me entendía yo mi relación con Marruecos. Y fue cuando me dieron la oportunidad de subir por primera vez a un escenario, en 2017, que sentí la responsabilidad de que la escritura fuera también activismo y hablar por mí, por la migración, pero también empecé a hablar un poquito más por las madres y padres migrantes.

¿Y qué tal combina la poesía con el activismo?
—Tienen una relación muy potente, porque de todos los géneros literarios la poesía creo que es el que conecta más con las emociones. Cuando cuentas un poema llega al alma de otra manera, quizás el ensayo o la novela son un poquito más intelectuales. Y hablando de temas como migración, racismo, convivencia, diversidad, creo que es necesario conectar con las emociones porque ya tenemos muchos estereotipos y barreras creadas. No es lo mismo que yo te hable de las dificultades que puede vivir una madre migrante que te diga un verso como «no cruzasteis montañas para esconderos en cuevas». Creo que la poesía es una aliada del activismo desde otra manera de conectar, desde otro plano, pero espero que sea muy potente.

Entiendo que el libro es una especie de homenaje que no solo se dirige a las madres.
—El poemario desea ser un homenaje a todas las personas que han migrado, en concreto las generaciones que llegaron al territorio español en los 80 y 90, porque considero que son las que han accedido a menos espacios de literatura, a que sus historias se cuenten más allá de los telediarios. Pero no solo lo escribo por y para ellas, sino también para sus hijos e hijas. Considero que los que hemos nacido y crecido aquí, pese a tener muchas dificultades, hemos tenido más herramientas. Por ello quería crear un libro en el que pudiéramos conversar, porque a veces en la migración no nos damos esa oportunidad hijos y padres de sentarnos a sanar todo lo que nos pasa a veces a diario, a celebrar lo que se nos ha dado, lo que podemos conseguir y el agradecimiento que les tenemos.

Leía que la obra está concebida también como un manual de supervivencia.
—Totalmente. Hay varios conceptos y uno es el de sueño americano, que después te das cuenta de que es una falacia. Porque el sueño americano te vende que si tienes buenas intenciones y trabajas duro va a ser un camino de rosas, pero muchos testimonios indican que no es así, que depende más bien de cómo te acoge o te rechaza el país de destino, de cómo son las estructuras administrativas. Por eso me parece interesante, y estamos luchando por conseguirlo, que el poemario se traduzca al árabe o al dariya, que es el idioma que se habla en Marruecos, porque quiero que las personas que no han emigrado o que consideran hacerlo en un futuro cercano puedan escuchar también las voces de quienes lo han hecho. No quiero que se mantenga solo esta imagen idealizada de que es un camino de rosas, por eso hablo de manual de supervivencia.

¿Cómo fue su experiencia en ese sentido?
—Fui gestada en España, es decir, mis padres migraron tres años antes de que yo naciera, pero nací en Marruecos. Hay que entender que mi madre era muy joven, era la primera maternidad, estaba lejos de su familia y no quería tener el parto sola. Fue en vacaciones a Marruecos y nací allí. Pero eso hizo otra coincidencia del destino, que yo como cuerpo bebé migrara a España donde me gesté.

¿Le resultó difícil abrirse camino aquí?
—Intento no hablar solo por mí. Hay personas que lo han llevado muy bien porque se les ha dado el mensaje de que esa migración o esa diversidad enriquece el espacio donde se encuentran. Yo he tenido distintas etapas y experiencias, unas muy positivas con referentes en la educación o en el pueblo donde crecí, pero también otras muy negativas. Estoy hablando de espacios muy hostiles en las administraciones públicas, incluso en clases con comentarios racistas. Pero el momento clave para mí, y creo que para muchos niños de la migración, es cuando entras en esa edad adulta, cuando tuve la madurez para decir: «Vale, una cosa es lo que la sociedad diga, otra cosa son las experiencias positivas y negativas, y otra lo que tú decidas definir para ti mismo». Y ahí es cuando definí que yo era ciudadana del mundo con orígenes en Marruecos con mucho orgullo, pero que el país que habitaba era mi país, sea España o Cataluña.

Antes del libro experimentó con el poetry slam. ¿Qué le aportó esa disciplina?
—Tengo varios referentes en la poesía y uno es Rupi Kaur, una autora canadiense que hizo que la poesía fuera consumida por masas. Para mí eso es muy importante, porque aparte del estereotipo de una voz migrante o hija de la migración como autora, había otro, que es que en general hay un grado mucho menor de lectores de poesía que otros géneros porque no conecta con las nuevas generaciones. Pero hay una nueva tendencia, que es esta poesía que se inspira en el lenguaje urbano, que conecta mucho más, que no está limitada por la métrica. El poetry slam para mí fue un espacio para ver cómo se podía hacer una poesía más oral, más escénica que conectara con públicos muy diversos.

¿La poesía entra mejor con voz o con letra?
—Yo diría que son complementarias. Obviamente creo muchísimo en el poder de la palabra. Cuando una cosa está dicha, no se puede deshacer, no se puede borrar y lo que no está escrito no existe. Por eso la importancia de escribir las historias migrantes.