Se cumplen diez años de su álbum de debut, «Once historias y un piano». ¿Cómo le ha cambiado la vida a Pablo López desde entonces?
—Quizás los conceptos más importantes siguen intactos y vigentes, se despiertan cada día conmigo, como por ejemplo la absoluta necesidad de expresarme en el idioma de la música, y de que ese idioma dependa de que alguien venga a verte para que le puedas contar esa historia. Por otra parte, lo que sí ha cambiado es que ahora todos los días pasa algo relevante, es como si cada jornada fuera señalada, una efeméride, a diferencia de cómo era mi vida hace años.
Parece un signo inequívoco de que las cosas están yendo bien.
—Sobre todo si tienes buenos psicoanalistas y cosas así (risas).
¿Se puede ser la misma persona o la fama transforma de manera irremediable? ¿Pesa demasiado?
—Tengo una muy buena relación con el hecho de estar en un sitio y que la gente se acerque a mí o me hable. Llámame suertudo, pero en un 99 por ciento de los casos me he encontrado con el respeto. Además siempre hay algo interesante que escuchar, me encanta escuchar a gente que es desconocida para mí y con la que no tengo ningún tipo de expectativa sobre lo que va a decir. Es un privilegio del que hago uso cada día; me gusta ir a comprar al supermercado, tomarme una cerveza en la calle; observar lo curioso y hermoso del ser humano. En ese sentido, la fama no tiene ningún tipo de peso, es todo positivo.
¿Qué sensación le produce haberse labrado una carrera desde cero, comenzando a tocar en el metro y ahora ante miles de personas?
—Como decía antes, cada día tengo retos y una acumulación de sentimientos tremenda. Orgullo o golpes de pecho, pues nunca he tenido esa sensación o esa forma de vivir o celebrar nada. Cada día tengo la sensación de que es nuevo. Y eso pasará en Menorca, que creo que es el único lugar de la geografía de España en el que no he actuado. En realidad no tengo la sensación de haber conseguido nada, por así decirlo.
Y en todo ese proceso, ¿qué papel jugó ‘Operación Triunfo'?
—Fue clave, pero también un paso más. Clave desde la tarde en que acompañado de un colega fui a tocar a un hotel en Málaga hasta el día que entré y salí de la academia. Y luego un paso más, pero de los grandes. Allí nadie me regaló nada, pero lo que sí me dieron fue una visión privilegiada de lo que se ha de hacer y de lo que no, viviéndolo en las propias carnes.
Creo que antes de la música iba para periodista. ¿Cierto?
—Soy carne de periódico, y en formato físico. Yo no tengo ninguno de esos vicios de artista en plan quiero un mono rojo saltando a mi lado, pero sí quiero mis periódicos por la mañana. Aprendí a leer en un bar con mi abuelo, me apasionaba mucho ver la forma de contar la misma noticia de diferentes maneras. Siempre quise contarle algo a la gente, y ahora lo hago cantando.
Volvamos a la música. ¿Cuál es la parte preferida de su profesión?
—Todo me divierte sobremanera. La composición y la grabación es como si de pequeño, que lo sigo siendo, te soltaran en el parque infantil o acuático con tíquets para disfrutar varios días seguidos. Es algo que uno hace una manera más hacia adentro, y después la actividad de tocar es como si yendo al colegio o al instituto todos los días fueras de excursión y encima aprendes en compañía de tus amigos y con el profesor más guay.
Entiendo que disfruta mucho del escenario.
—En el escenario, antes de subirme y después. No soy un hombre de método ni a veces muy constante en algunas cosas que hay que hacer, pero si hay un sitio donde uso el respeto absoluto y voy a rajatabla es en las giras, suponen una alegría, sin ellas mi vida no tendría sentido.
Si repasamos la agenda estival, la verdad es que da un poco de vértigo.
—Sí. Hay que recordar que tuvimos una época de barbecho, por así decirlo, porque en un momento en el que prácticamente éramos pocos los que salíamos a tocar, cuando parecía que el mundo se acababa pero por suerte no fue así, hicimos 82 conciertos, y eso conllevó un peso y una responsabilidad que convenía asimilar y tener tiempo para otras cosas. Luego decidimos estar sin tocar un tiempo, pero yo me volví loco. Es muy bonito levantarte una mañana, desayunar, hacer un poco de deporte, que vengan a buscarte, comer, carretera, llegar a un hotel, echar una siesta, hacer una prueba de sonido, tocar… Sentir todas esas cosas es algo con lo que espero convivir el resto de mi vida.
Creo que habrá un nuevo disco a las puertas del otoño, ¿cierto?
—Aún no está grabado ni tenemos fecha de lanzamiento. Pero sí, es mi deber absoluto expresarme; soy un niño que se ha criado con periódicos y con discos, y nunca voy a dejar de informarme de esa manera y de escuchar música. No puedo hablar en otro lenguaje que no sea el que sé leer y escuchar.
Cuentan que es un defensor del formato físico. ¿Es importante reivindicarlo en estos tiempos de streaming?
—Sobre todo en lo que se refiere a las relaciones personales, ahí sí que soy un gran defensor del formato físico. Perdona la coña, pero es así. Lo único que falta es que la gente se case por Instagram sin haberse dado antes un abrazo. Defiendo el formato físico en general, y en particular, sin ser un reaccionario; hay que reconocer que yo también uso Spotify. Pero creo que es precioso que todo tenga algo palpable.
¿Tiene algún ídolo musical?
—La lista es interminable. Siempre bromeo con mi hermano y amigos cuando estamos emocionados escuchando una canción de Elton John, Silvio Rodríguez o Billy Joel, por ejemplo, y les digo eso de ‘¿Os dais cuenta de que estamos escuchando una de las cien mil mejores canciones de la historia?'. Tengo que agradecer mucho a los artistas que he escuchado, me han concedido la capacidad de tener mi propio acento, sin ellos yo no estaría. Ahora, por ejemplo, he tenido una semana muy Bowie. Pero en la actualidad sigue habiendo gente más joven que yo que son culpables de que siga haciendo canciones, es una rueda interminable.
Hombre del año 2023 según la revista ‘Vanitatis'... ¿Hacia dónde quiere ir Pablo López, dónde se ve en diez años?
—Intentando ser un hombre, con todo lo que conlleva. Riéndome muchísimo sin que mi risa joda a nadie. Parece un discurso de azucarillo, pero es así.
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