Mascaró, junto a Antonio Gala en la casa del escritor en Madrid.

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Existe un «recuerdo imborrable» en la memoria del pintor menorquín Carlos Mascaró y tiene que ver con la huella que dejó en su persona el escritor Antonio Gala. Con motivo del fallecimiento del literato el pasado domingo, el artista de Ferreries ha querido rendir su particular homenaje al autor de obras como «La pasión turca» o «Más allá del jardín» recordando cómo se conocieron y el vínculo que entre ambos se estableció.

La historia se remonta a 2009, cuando Mascaró ultimaba los detalles de una exposición antológica organizada por el Consell insular y varios ayuntamientos de la Isla. El pintor, un apasionado de la literatura, quería una firma de renombre para la introducción de su catálogo y pensó en Antonio Gala. «Siempre digo que a mí me gusta casi tanto leer como pintar, pero como me pagan por esto último, es lo que tengo que hacer», bromea.

Mascaró era consciente de que conseguir su objetivo era una misión prácticamente imposible, ya que le habían puesto sobre aviso de que el escritor no solía atender a ese tipo de peticiones. Aun así le envío una carta y en ella adjunto varias fotografías de sus obras. El intento valió la pena, porque accedió a escribir el texto y poco después ambos charlaban largo y tendido en el domicilio madrileño, donde encontraron un nexo que afianzó su relación, la pasión por la obra pictórica de Johannes Vermeer.

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«Fue extraordinariamente amable conmigo», rememora Mascaró sobre el inicio de una relación que se prolongó durante mucho tiempo a través de la felicitación navideña que recibía cada año «escrita de puño y letra por el gran personaje».

Entre los bonitos mensajes que recibió, recuerda un elogio con especial cariño que lo relacionaba con el pintor neerlandés. «Escribió: ‘Carlos Mascaró, con una reconocida frecuencia se refiere a Vermeer. Este no habría pintado, si viviese, de otra manera que él'», rememora.

Gala nunca quiso cobrar por el trabajo, pero como el pintor menorquín se sentía en deuda por la generosidad del autor, le regaló un cuadro al que buscó un hueco en la pared de su despacho. Una pintura en la que aparece una composición de libros, entre los que figura una de sus obras más famosas, «El manuscrito carmesí».