Coordinados. La tripulación observa atenta como se iza una de las velas del ‘Eilean’ - Nico Martínez

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Haruhiko Mori es japonés. Desde pequeño siempre había soñado con surcar el mar a bordo de un velero clásico. Sin demasiadas esperanzas de obtener éxito, un buen día se puso en contacto con la tripulación del 'Eilean', un William Fife de 1936 armado por la firma relojera Panerai, y pidió enrolarse en su tripulación. La respuesta fue afirmativa y estos días Haruhiko participa en una de las regatas de vela clásica más importantes del mundo, la Copa del Rey de Barcos de Época Trofeo Panerai, en aguas de Maó.

Haruiko es uno de los 19 tripulantes del 'Eilean', un velero de leyenda que, como tantos otros, fue rescatado del olvido en 2006, cuando Panerai decidió concederle una segunda oportunidad. Botado en 1936 por encargo de los hermanos James y Robert Fulton, dos empresarios de éxito, el 'Eilean', de 22 metros de eslora y 4,65 de manga, pasó por diferentes vicisitudes hasta terminar abandonado en la isla caribeña de Antigua.

Cuando Officine Panerai le 'echó el ojo', en su casco se distinguían aún los dragones característicos de la factoría Fife. El barco fue sometido a una ejemplar restauración, en la que se han conservado sus líneas y su aparejo de ketch (dos palos con vela marconi, el segundo de ellos situado por delante de la rueda del timón), y se han cuidado hasta los más pequeños detalles para que siga siendo el barco que concibieron los Fulton y que soñó, sin conocerlo, Haruiko Mori.

La Copa del Rey de Barcos Clásicos Trofeo Panerai no es un mero encuentro de barcos antiguos, es una regata en toda regla. Lo único que la distingue de cualquier otra gran competición de cruceros es que aquí los veleros son de madera y fueron construidos entre 1903 y 1975, una época en la que las prestaciones no estaban reñidas con la belleza.
El 'Eilean' sale a entrenar desde hace varios días porque quiere estar entre los mejores. A bordo del buque insignia de Panerai rige la disciplina británica. Andrew Cully, su patrón, es un hombre de modales exquisitos que jamás levanta la voz y que confía en que las órdenes que transmite a su equipo, formado por diez compatriotas británicos, cinco italianos, un canadiense, un irlandés, un alemán y un japonés, fluyan por la cadena de mando, sin sobresaltos pero sin discusión.

Sueltan amarras, al poco, se apaga el motor y la tripulación iza la mayor. A partir de ese momento se hace el silencio. Un silencio momentáneo que en cuestión de segundos queda roto por el rumor de las olas y el quejido de algún cabo. Navegan de ceñida, con casi todo el trapo y el barco escorado, mientras Cully mueve la pequeña rueda del timón con una cadencia sin duda imposible en un barco de regatas moderno. El 'Eilean' corta el mar sin estridencias, adaptando sus líneas elegantes a cada ola, sin cimbreos. Decididamente, la navegación en un barco de época es diferente.

Andrew Cully quiere asegurarse de que su tripulación no cometerá errores durante la regata. Manda izar el spinnaker y comienza el baile de trasluchadas, a un lado y a otro. La coordinación es importante. Cada uno de los tripulantes tiene asignada una función. Ninguno tiene dudas. Llevan ya bastante tiempo navegando juntos y saben lo que deben hacer y cuándo. El patrón controla el movimiento de sus hombres sin perder de vista el trimado de las velas. Se le ve tranquilo y confiado, a la vez que orgulloso de estar al mando de una leyenda del mar. Animado por las buenas vibraciones de la navegación ordena izar la trinqueta. La corredera marca 10 nudos, una velocidad muy alta para un barco que en tres años será octogenario pero que, muy probablemente, sobrevivirá a todos los que hoy tuvieron el inmenso placer de navegar en él.