Lunin en una acción ofensiva de Rumanía. | Leonhard Simon

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El estreno en Alemania 2024 resultó una pesadilla para Andriy Lunin, deslumbrante en la Liga de Campeones, irreconocible en la Eurocopa, con dos errores impropios de su nivel que desataron la vorágine con la que Rumanía doblegó a Ucrania de forma concluyente, dirigida y ganadora por Dennis Man y Nicolae Stanciu, y obtuvo su triunfo más amplio de la historia en una gran competición. No era simplemente un partido ni es sólo una Eurocopa, la cuarta consecutiva, para la selección de Ucrania, enfundada en su bandera, expresiva y reivindicativa frente a la invasión Rusia antes del encuentro.

Por eso, la derrota dimensiona la frustración de un grupo clasificado a última hora para la cita, pero con una generación de jugadores preparada para mucho más de lo que ofreció en su puesta en escena en Múnich. La derrota señala a Lunin. Su gesto de frustración, expresivo, delató la mala tarde del guardameta, pero no sólo fue estrictamente suya.

También de sus compañeros defensivos, sin atender a lo mínimo indispensable, por ejemplo, en el tercer tanto que lo sentenció todo antes de la hora del duelo. Y de los ofensivos. Ni Dovbyk, ni Tysganovic, ni Mudryk, entre otros, alcanzaron la altura que describen sus cualidades en el momento determinante. Y su técnico, Rebrov, nunca logró la fórmula para oponerse al acertado plan de Iordanescu. Sí lo hizo Rumanía, que no ganaba en la Eurocopa desde el año 2000 (de hecho era su única victoria, por 2-3 ante Inglaterra).

Entre las dudas disparadas de sus últimos cuatro amistosos (tres empates ante Liechtenstein, Bulgaria e Irlanda del Norte y una derrota frente a Colombia), cuando llegó el momento de la verdad demostró una preparación estricta y decisiva. Siempre supo cómo contrarrestar a su rival. También como ponerlo en jaque en ataque. Desde el principio aplacó el ánimo de Ucrania.

La esperó, la contuvo y la ganó terreno instante a instante. La controló y provocó sus errores. Al primero más visible, lo aprovechó. El lío lo inició Zabarnyi. Su cesión atrás, con una presión tan encima, no fue una buena idea. La calma con la que se lo tomó aún peor. El fallo, completo, fue de Lunin: despejó fatal. Su defectuoso derechazo cayó en los pies de Denis Man, que lo cedió de inmediato a Stanciu. Su golpeo fue extraordinario.

Por ejecución, potencia, precisión, sorpresa y resolución. Un golazo desde fuera del área, diagonal, a la escuadra, una parábola imposible para el portero del Real Madrid, víctima del error precedente. Porque el tiro era imparable. No lo fue el segundo gol. En un contragolpe, ya en el segundo tiempo, el balón suelto le quedó a Razvan Marin, que conectó un tiro más que atrapable para Lunin. Debía haber sido suyo. No debía haber sido gol. No lo alcanzó el portero ucraniano, rostro serio, apesadumbrado, demasiado inseguro. Entre ambos goles, su anticipación en un saque de esquina pudo ser otra concesión.

El córner directo de Stanciu pegó en el larguero. Tuvo mérito Rumanía para ganarlo, más allá de los fallos ajenos. Rumanía siempre la sujetó muy bien. Consciente de la amenaza que suponen futbolistas como Dovbyk, Tsygankov o Mudryk, el equipo rumano trazó un plan táctico, de ayudas, orden y rigurosidad, del que resultó ganador en todo el encuentro. De principio a fin. Cada éxito defensivo fue jaleado por el equipo como un triunfo más en el recorrido hacia la victoria final. Inapelable.

El 3-0, incluso aún antes de la hora de partido, con el desborde sencillo del extremo Man -de los mejores, sino el mejor, del encuentro, con participación en cada uno de los goles- y el remate dentro del área pequeña, solo, sin oposición de Dragus, fue la confirmación absoluta de todo lo que se veía sobre el terreno, sin una sola ocasión de verdad de Ucrania, contra las cuerdas en el grupo E, devorada por la exigencia de la Eurocopa y dos fallos de Lunin.