El duelo llegaba envuelto en un velo de atractivo y morbo, el lógico después de que en la campaña previa ambos jugasen un disputado encuentro por el título que se decidió con una canasta postrera del propio Sergio Llull. Ello vaticinaba un cara a cara equilibrado que de inicio no lo fue tal. La primera mitad del conjunto blanco fue quizás la ‘Capilla Sixtina' del plantel desde que lo dirige Chus Mateo, una obra cumbre expuesta con boato en el museo más prestigioso. Los jugadores lo hicieron todo bien y dejaron sin oxígeno ni ideas a un rival que no sabía por dónde le daba el aire.
Los primeros trazos ofensivos los entregaron los ‘brates', Mario Hezonja y Dzanan Musa, quienes firmaron entre los dos un 5 de 6 en triples que puso el 19-8. Eran los brazos ejecutores al servicio del cerebro Facundo Campazzo, que acabó el primer cuarto con 6 asistencias y 4 de los 10 rebotes de su equipo. Además el cuadro español apretó en defensa, con una intensidad a la altura del escenario y un Walter Tavares que metía miedo en la pintura. Eso le permitió al equipo conceder solo diez puntos, nunca más de tres seguidos; poner tres tapones y dejar al Olympiacos en 2 de 6 en tiros de dos y en 2 de 8 en triples.
Excelencia
La excelencia logró trasladarla el vigente campeón al segundo acto, en el que fue capaz de replicar los 28 puntos anteriores con sus elementos de rotación, entre ellos un Sergio Rodríguez y un Vincent Poirier que hacían maravillas en su nivel óptimo de entendimiento. Sin embargo el bando griego ya no era el de antes. Algo menos alicaído gracias al 0-5 de parcial con el que volvió al parqué y más grácil en ataque guiado por Shaquielle McKissic, comenzó a ser peligroso cuando el intercambio de canastas dejó de ser una constante. Eso sucedió en el amanecer de la segunda mitad, cuando Alec Peters decidió pedir la bola y darle lustre. A medida que crecía su confianza, reflejada en 14 puntos durante el tercer acto, se incrementó la del colectivo de rojo y blanco. En un aro y en otro.
Así pudieron castigar uno de los pocos puntos débiles del Madrid, el del rebote ofensivo. Siete capturaron los de Giorgios Bartzokas en ese tramo más seis defensivos, dominando claramente en el apartado de las capturas y generando algo de preocupación a un oponente que tenía problemas para sumar (71-58, min.30). Sorteó el cuadro madridista ese momento delicado, sin permitir que la ventaja fuese inferior a la barrera psicológica de los diez puntos hasta que un triple de Nigel Williams-Goss hizo caer el muro a falta de seis minutos y medio para la conclusión. Afortunadamente para el Real Madrid, la herida no sangró más. Fríos en los momentos más calientes, los jugadores supieron mantenerse estables en esos márgenes y dar un mordisco final por medio de dos excelentes defensas de Campazzo y dos anotaciones de Musa que certificaron el triunfo (87-76).
Panathinaikos, rival blanco en la gran final
El Panathinaikos griego se convirtió en el primer finalista de la Euroliga tras imponerse al Fenerbahce turco (73-57) en un duelo en el que fue por delante en todo momento, en parte porque su rival no aprovechó las opciones que tuvo de darle la vuelta al marcador. Los problemas en los accesos provocaron que el partido arrancase con casi media hora de retraso, imprevisto que pareció acusar más el conjunto turco. Sus continuas pérdidas y su poca precisión en el triple así lo dieron a entender. El triunfo no peligró nunca para el equipo heleno, que será el rival del Real Madrid en la final de este domingo.
El apunte
Este domingo, séptima final para Llull
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