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El Mediterráneo es uno de los puntos calientes del planeta en aridificación del clima y su consecuencia: la desertificación del territorio. De momento, Baleares escapa a estos procesos, según explica Enrique Morán, profesor titular del Departament de Geografia de la UIB y uno de los autores principales del informe de Naciones Unidas La amenaza global de las tierras secas: tendencias de aridez regionales y globales y proyecciones futuras (original en inglés).

Morán señala que «los puntos calientes de la aridificación del clima son el oeste de Estados Unidos, la península de Yucatán -México-, el noreste de Brasil y Argentina, la región mediterránea, el este de África y grandes áreas de Mongolia y China. Globalmente, el 70 % de la superficie continental es más árida que hace 30 años al sufrir un clima más seco. El 30 % restante es más húmeda. Sin embargo, la mayor aridez tiene graves consecuencias sobre el territorio afectado: deterioro de la cubierta vegetal, efectos negativos sobre la biodiversidad, más riesgo de incendios, mayor erosión del suelo o impactos sobre los cultivos y la ganadería, que no resisten las nuevas condiciones. A partir de aquí, a la larga, vienen las consecuencias económicas y sociales: pobreza, problemas sanitarios y emigraciones».

A pesar de que la región mediterránea es uno de los puntos calientes en la aridificación del clima, el profesor de la UIB destaca que «en Baleares no se observa una tendencia hacia un clima más árido. El balance entre la pluviometría y el agua evaporada -por sí misma o a través de la evapotranspiración de las plantas- está más o menos equilibrado. Las precipitaciones no están descendiendo, al menos de una manera notable, lo que nos mantiene a salvo de la aridificación».

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No obstante, Enrique Morán confirma que «se observan patrones de cambios en la estacionalidad de las lluvias, por lo que la disponibilidad de recursos hídricos puede ser muy irregular. De este modo, es necesario llevar a cabo una gestión adecuada y responsable de los recursos hídricos durante los años húmedos para afrontar mejor los años secos. No obstante, si el global de lluvias se precipita de manera torrencial, se dificulta la infiltración y se favorece la escorrentía directa al mar, lo que reduce la disponibilidad de agua. Indudablemente, son mucho mejores unas lluvias sostenidas y pausadas. Habrá que comprobar si está cambiando la estacionalidad y la regularidad de las lluvias, y si, efectivamente, se está produciendo una tendencia hacia la torrencialidad».

Morán indica que «no solucionamos nada si Baleares no avanza hacia la aridificación del clima, pero continúan el uso insostenible del suelo y el crecimiento de la población. Si persisten estos dos factores, se dificulta cada vez más la infiltración de agua en los acuíferos y se aumenta el consumo de los recursos hídricos, por lo que las consecuencias de la aridificación del clima serán las mismas aunque ésta, en las Islas, no se esté produciendo».

El profesor de la UIB apunta que «Baleares asiste a otro proceso común con otros lugares: el abandono de los cultivos, sobre todo de montaña, que provoca la revegetación del suelo. Las Islas tienen más suelo forestal que hace unas décadas. En principio, es un proceso positivo, pero la nueva vegetación consume más agua y hay un mayor riesgo de incendios».

El apunte

La población mundial que vive en un clima árido ha pasado de 1.200 a 2.300 millones

El trasfondo de todos estos procesos de aridificación y desertificación es, evidentemente, el cambio climático. En el informe de Naciones Unidas se constata que la población mundial que vive en un clima árido ha pasado de 1.200 millones a 2.300 millones de habitantes. Enrique Morán afirma que «esta población está aumentando donde hay menos recursos. El cambio climático es responsable en buena parte de la aridificación y de las alteraciones en los patrones globales de precipitación. Puede que Balears escape de momento a la aridificación, pero las tendencias y las proyecciones de los modelos apuntan a que a finales del siglo XXI el clima será más cálido, con un Mediterráneo igualmente más caliente que dará lugar a precipitaciones torrenciales y un balance hídrico cada vez más seco».