Creo que todos estaremos de acuerdo en que este año que acaba de comenzar será, en más de un aspecto, todo un reto. Vale. Sí. Es cierto, uno más. Y ya van… ni se sabe cuántos. A la aún trémula salida de la pandemia, se unen una guerra que tras un año de conflicto aún presenta resultados inciertos y que está suponiendo un colosal esfuerzo humano y financiero, una inflación que se resiste a ser controlada que trae consigo una subida de intereses y unas predicciones, no se sabe si sombrías o agoreras, de una recesión que por muy «técnica» que la quieran describir, parece que no acaba de despuntar. Añadamos a esto que nos enfrentamos en España a un año de convocatorias electorales (año de elecciones, año de tensiones) y tenemos el cóctel perfecto para, desde los discursos irracionales que parecen imperar en nuestro entorno, empezar a dudar en si debemos cortarnos las venas o dejárnoslas largas…
Pero que no cunda el desánimo ni arrojemos la toalla. Dejamos atrás un 2022 que ha sido mucho mejor de lo inicialmente esperado; las sucesivas oleadas de impactos negativos no han provocado una caída en las ganas de la gente de viajar, ni creado un pesimismo victimista, al menos en los que cada día levantan su persiana para atender sus negocios. Tan es así que atendimos a más de 71 millones de turistas que llegaron a nuestro país, y encima incrementaron su gasto en más de un 10% con relación a los números de 2019. Y nuevamente el sector turístico ha sido la locomotora de la siempre frágil recuperación española, sin que pueda ponerse en duda su contribución tanto en el social (por creación de empleo) como en el económico.
Incluso en estos tiempos inciertos, es fascinante ver cómo las compañías turísticas (líneas aéreas, hoteleras, restauración…) siguen anticipándose, por ejemplo, para entender y analizar de qué forma están cambiando los patrones de la demanda; son conscientes de que solo los que implanten con agilidad políticas comerciales flexibles se comportarán mejor que el resto. Nuevamente, la capacidad de adecuación debiera ser digna de admiración, estudio, elogio y… reconocimiento; estos últimos años están siendo una maratón acelerada permanente, y aunque en determinados momentos pudieran percibirse ciertos signos de cansancio, lo cierto es que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres del sector, desde el más encumbrado al más pegado al terreno, suplen con su energía, entusiasmo, profesionalidad e inagotable imaginación los descontrolados vaivenes a los que estos tiempos los somete.
Nos enfrentamos a un año crucial en la distribución de los fondos europeos; también será clave el desarrollo que nuestro Gobierno quiera darle a los ejes sobre los que basa el plan estratégico 2030 del turismo sostenible. El sector debe estar presente, sacar tiempo de donde haga falta para participar en el debate y contribuir, tanto a que la asignación de esos fondos impacte positiva y eficientemente en el tejido productivo de nuestro país, como al diseño de unas líneas estratégicas realistas que condicionarán el devenir de esta necesaria y querida industria en los próximos lustros.
Leía el otro día una reflexión atribuida a Séneca (cuánto estoicismo del auténtico necesitaríamos en estos momentos…) que venía a decir que en la vida debemos estar preparados para cualquier cosa que nos suceda, incluida la que desearíamos que nunca ocurriera o aquella en la que preferimos no pensar; que nunca demos por hecho que todo saldrá como esperamos, porque es improbable que así sea. ¡Séneca hubiera sido un magnífico hotelero! Por eso, y como buenos esgrimistas, ya estamos sobre la pista, nos hemos calzado las zapatillas, puesto el guante y asegurado el chaleco y la máscara. No sabemos si el encuentro será a florete, espada o sable, pero desafiantes nos enfrentamos a este 2023 gritándole: ¡en guardia!