Mantiene a muchos clientes casi desde el primer día que empezó a trabajar. Una de sus principales virtudes es que sabe escuchar y dar conversación de lo que el cliente quiere hablar.

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Pepe Pérez nació en Utrera (Sevilla) y con 14 años decidió venir a Eivissa con un amigo a buscar trabajo. Al poner un pie en la isla le dijeron que fuera a un hotel de Talamanca, donde le dieron alojamiento, manutención y trabajo.

“Empecé a trabajar en hostelería ese mismo día que llegué al hotel. En aquella época, las empresas te acogían con habitación y comida y mi sueldo era de 4.500 pesetas al mes, que ya era mucho, porque en el pueblo se pagaban 1.000 pesetas al mes a los chicos jóvenes como yo. Mis primeros trabajos fueron en hostelería porque se ganaba dinero, había trabajo seguro y hacía falta mucha mano de obra en aquella época”, explica Pérez, quien siempre ha tenido claro que su vocación era la peluquería.

“Siempre he sentido un ‘algo' que me atraía mucho hacia la peluquería porque de pequeñito, allí en el pueblo, mi tía me llevaba a la peluquería y ese aroma a permanente antigua, que te decía que a tres calles había una peluquería, me encantaba”.
En el año 1973, Pepe Pérez empezó a trabajar, además de en hostelería, en diferentes peluquerías en el puerto de Eivissa, una zona donde se concentraban muchos negocios de este tipo.

“Recuerdo esos inicios en la peluquería como maravillosos. Empecé a trabajar en hostelería con 14 años y yo era ‘el niño'; trabajaba en el restaurante con tantísima gente mayor diciéndome lo que tenía que hacer y cuando empecé en peluquería me sentía responsable de mi mismo. Había una barbería al lado del restaurante Formentera del puerto donde la caja era un cajón de madera y cada peluquero y aprendiz teníamos nuestro cajón con un dinero de cambio para poder cobrar al cliente; entonces, me sentía arropado tanto por el dueño de la peluquería como por los clientes que venían, me sentía importante y eso que no hacía nada más que trabajar y trabajar. Me sentía realizado sin que nadie me mandara porque en hostelería era el pinche y hacía todo lo que me mandaban”.

En sus primeros años en la profesión de peluquero, Pérez aprendió directamente de los profesionales que confiaron en él y recuerda la Ibiza de aquella época con “mucha miseria”. “Había mucha miseria porque recuerdo que estuve en una barbería que tenía duchas y venían los clientes una vez a la semana a ducharse, afeitarse y estar limpios para toda la semana y, siete días después, volvían a ducharse y afeitarse”, precisa.

También en aquella época recuerda que afeitaban “a media Eivissa” con la misma cuchilla, algo impensable actualmente ya que cada cliente tiene su navaja de usar y tirar y estrena su filo: “Siempre he pensado ‘de la que nos hemos librado' porque en aquella época estaba muy presente el sida y cuando afeitabas a alguien con navaja siempre había pequeños cortes en los que ponías directamente un pequeño papel, incluso los barberos más antiguos colocaban papel de fumar, y se cortaba la sangre”.

Pérez fue rodando y trabajando en diferentes peluquerías de la zona portuaria, pero sentía que debía completar su formación autodidacta. Por ello, se apuntó a la academia de peluquería de Eivissa en el año 81. “Yo ya tenía a mis hijas y todo. El profesor iba y venía de Palma y cuando me vio me preguntó si yo era alumno o profesor porque manejaba muy bien las herramientas; yo ya tenía mucha experiencia de haber trabajado por diferentes peluquerías. Decidí apuntarme a la academia porque tenía curiosidad por formarme y tener unos estudios un poco más profundos, que no fuera solo que me hubiera enseñado una persona o varias el oficio”. Su desenvoltura en la academia de peluquería fue tal que el profesor, al poco tiempo, le dejó como encargado de las clases entre semana y “él venía un día a la semana de Palma a corregir y dar la teoría”.

NEGOCIO PROPIO. Entre los años 1973 y 1992 fue compaginando su trabajo en hostelería con su pasión por la peluquería y ya en ese año decidió dar el paso y montar su negocio propio. “En el 92 empecé como autónomo con mi negocio. Siempre he trabajado para mucha gente, veía que había trabajo, que hacían falta peluquerías y en hostelería me sentía muy encorsetado. Además, que estaba compaginando los dos trabajos y por la noche hacía baile porque tengo un grupo de baile que va rodando con un espectáculo por los diferentes hoteles de la isla. Decidí montar mi propia peluquería porque estaba harto de la hostelería, no me llenaba, fue mi sustento durante muchos años y me daba tranquilidad, pero lo que siempre he querido hacer era ser peluquero y me lancé”.

Y se lanzó con éxito, pues es uno de los peluqueros con más trayectoria y solera de la mayor de las Pitiüses. Ese primer día en su negocio propio lo recuerda como “muy emocionante porque pensé ‘por fin ha llegado el momento'”.

Sin embargo, un año después llegó una fuerte crisis económica y tuvo que trabajar sin fin y veía que no avanzaba. “Yo de economía no entiendo, pero mi gestoría me dijo ‘Pepe, estamos en crisis y tienes que apretar'. Lo pasé mal en el sentido de que trabajaba sin parar y veía que no avanzaba, que llegaba justo para pagar impuestos y gastos, pero con mucho esfuerzo y trabajo salimos de aquella”. Un año después, en el 94, pudo contratar a su primera empleada.

Superada esta crisis, llegó “el palo” del IVA: “Creo que se cambió en 2002 y de hacer las declaraciones trimestrales que salían a devolver pasé a tener que pagar más de mil euros porque al cliente no le afectó esa subida del 8% de IVA al 21%; no subimos la tarifa al cliente”. Una batalla que aún hoy en día “estamos luchando para que se corrija y baje al 10%”.

Pepe señala que lo más bonito de su profesión es poder atender a varias generaciones de una misma familia. “He tenido clientes de seis o siete años que venían ya con su padre y ahora vienen con sus hijos y se lo cuentan. He tenido a tres generaciones juntas en la peluquería a la vez para cortarles el pelo y eso es maravilloso”.

Para él, lo más gratificante siempre es “cuando el cliente se levanta con una sonrisa y te dice ‘lo has clavado' porque a veces te explican una cosa y están pensando en otra y yo he recibido mucha formación en este sentido, en saber interpretar la gestualidad del cliente para saber qué es lo que realmente quiere”. Lo más complicado de su profesión, según relata, es “que llegue un niño llorando a la peluquería porque no se quiere cortar el pelo. Es todo un reto”. Y precisa: “He llegado a cortar el pelo a un niño encima de una bici porque no se lo quería cortar y tienes que tener cuidado porque tienes una herramienta, como es una tijera, en la mano”.

LA VIRTUD Y EL CONSEJO. Parte del éxito de Pepe Pérez es que escucha con mucha atención a sus clientes. “Mi mujer me dice que tengo poca paciencia porque no paro en casa, pero cuando entro a la peluquería me calmo. Los clientes vienen, me cuentan sus problemas o alegrías, los escucho y los compartimos. Tengo un señor que se llama Juan, que vive cerca de mi peluquería; es muy mayor y tiene muchas operaciones encima y le cuesta un montón llegar a la peluquería. Siempre me dice que es muy gratificanete venir a verme ‘porque usted habla muy bien y cuando salgo de aquí, salgo nuevo', me dice. Y yo le hablo de lo que él quiere que le hable porque el peluquero tiene que saber escuchar y luego hablar. Uno de mis maestros me dijo precisamente eso, que hay que saber escuchar y saber lo que él quiere que tú le cuentes, no le saques la conversación porque no viene a escucharte a ti sino a él mismo por tu boca; esto lo he tenido muy presente desde siempre”.

CORONAVIRUS. Pérez resalta que su trayectoria profesional, pese a los vaivenes mencionados anteriormente, ha sido “maravillosa” hasta que llegó el coronavirus en marzo del año pasado. “Tengo una empleada en ERTE y estamos en un 60% menos de caja bruta que en una época buena. Cuando me cambié de local en el 95 a éste de la calle Baleares ampliamos servicios, como bronceado con aerógrafo, depilaciones, masajes y subió la caja una brutalidad, pero ha llegado la crisis del coronavirus y tenemos un 60% menos de caja bruta y si a eso le sumas el IVA, pues estamos en plena decadencia”.

“Menos mal que a final de año me jubilo”, prosigue narrando Pepe, quien precisa que la decisión de jubilarse ya estaba tomada antes de que llegara el covid ya que “con 49 años de cotización me merezco parar un poco”. Lleva dos años concienciándose de que se jubilará a finales de este 2021 y tiene que claro que lo primero que hará es viajar.

Pepe tiene tres hijas, pero ninguna de ellas se hará cargo del negocio familiar pues han tomado caminos diferentes al de su padre. El negocio se lo quedará su empleada, Esther Bermúdez Marí, que lleva 16 años trabajando codo con codo con él. “Estaré pendiente de echarle un cable cuando lo necesite. Además, vivo cerca de la peluquería y seguiré teniendo un pie en casa y otro aquí”.

En cuanto a la crisis del coronavirus, este peluquero recuerda que las peluquerías son “sitios seguros y muy limpios; limpiamos cada vez que el cliente se levanta del sillón, hay lavado de manos constante y se toman todas las precauciones. No hay que tener miedo de ir a la peluquería porque son sitios seguros”.