El globo terráqueo parece abducido por el pandemónium.

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Distinguidos lectores, de un tiempo a esta parte no ganamos para sustos. Escuchando, leyendo o viendo la unánime mayoría de los medios de comunicación una siente la percepción de que llueven culebras venenosas.

El globo terráqueo parece abducido por el pandemónium. El fin de los tiempos parece que llega cada amanecer y cada vez se resiste más en irse a la cama temprano. El cambio climático vaticinado hace ya varias décadas está causando estragos en los cinco continentes. Cuando la furia de los trastornos atmosféricos se ensañaba con la costa filipina o en El Salvador, los más sensibles asentíamos con cierta tristeza y enviábamos algo de calderilla que suele extraviarse por el camino. Pero cuando el látigo azota nuestras costas mediterráneas y no distingue de si se trata del primer mundo o del tercero, la cosa cambia. Cuando las riadas se llevan por delante a todo un Sant Llorenç des Cardassar y las olas engullen a algún que otro viandante y conciudadano isleño, la cosa cambia. Se empieza a mirar al cielo, a las predicciones metereológicas, se otorgan de nuevo ofrendas al Crist de la Sang y se bautizan con nombre propio las borrascas que nos van llegando.

En otro orden de sucesos, pero no de menor importancia, está la reciente declaración de independencia del Reino Unido respecto a la Unión Europea, comúnmente denominado Brexit. Todavía no se sabe muy bien lo que va a pasar, pero de primeras nada aclara la situación de los residentes ingleses en Baleares y las empresas basadas en la isla de dicho país. Nuestra industria turística, tan frágil como consolidada, tiembla ante el temor de que los británicos se vayan a tomar el sol a otros destinos. La quiebra de cierto gran operador turístico así como un decrecimiento de las conexiones aéreas nos hacen más vulnerables ante la competencia. Los hoteleros mallorquines y menorquines no auguran que esta sea una buena temporada. Las reservas en comparación con otros años no han comenzado al alza y las previsiones no inducen a ser optimistas.

Las políticas insulares encauzadas hacia una serie de restricciones y limitaciones hacia el sector turístico —cruceros, terrazas en bares y restaurantes, alquileres, etc.— tampoco parece que ayuden a llenar la cesta. Durante unos años hemos disfrutado de las ventajas y también de los inconvenientes de una dolce farniente. Algunos factores externos como el terrorismo de La Yihad han contribuido de forma latente a que un destacado número de países de nuestra competencia se quedasen con su industria turística reducida al mínimo. Pero ese grave problema se ha matizado y los vientos de hoy para nosotros ya no nos soplan de cola.

Las idílicas Baleares deberán emplearse a fondo para sacar tajada a una temporada que se plantea con incertidumbres en el camino. El nefasto ejecutivo de Trump meterá aranceles a nuestro vino y aceite, y para colmo ha aparecido como de la nada un enemigo todavía mayor al susodicho; se ha coronado un virus en La China que a fecha de hoy ya está causando estragos igual que a sus países colindantes. Miles de víctimas mortales y cientos de millones en cuarentena; y de los contagios ni se sabe. También hay barcos de cruceros abandonados a su suerte con varios miles de infectados dentro. En algunas calles de Palma de vez en cuando aparece algún transeúnte con mascarilla y gorro. Pero por lo visto tampoco parece que sirva de mucho. Qué bellas son las mariposas sin su devastador 'efecto'. El GlobalVirus acecha el mundo y algunas las mariposas comienzan su aleteo…