En la actualidad nuestras paradisíacas islas distan mucho de ese abismo tenebroso que a pesar de los pesares forma parte de nuestra historia. El sol brilla cada día sobre nuestro codiciado terruño y las gentes de muy distintos lugares persisten en el deseo de visitarnos todos los años. Otros con mayores posibilidades se instalan en nuestras islas con intención de larga permanencia, hallando un nuevo e idílico hogar. Nuestras Baleares ofrecen a priori lo que cualquier ser humano pueda desear: un clima idóneo, unas excelentes comunicaciones, unas óptimas infraestructuras, un paisaje de mar y montaña de ensueño, unos servicios de primer nivel y una oferta complementaria de lo más amplia y variada, incluyendo el ocio que en verano se antoja como ilimitado.
Pero querido lector, sin ánimo de resquebrajar su estado anímico, coincidirá conmigo en que por muchos elogios que nos lluevan y por muy elevada que resulte nuestra autoestima, no son de recibo los titulares que los distintos medios de comunicación nos ofrecen a diario. No se entiende que circulen zumbados quemando contenedores, que sigamos verano tras verano cerrando playas por los vertidos fecales al mar, que desalmados agredan a transeúntes sin ningún motivo aparente, y que sigamos ostentando el vergonzoso primer puesto por ser la comunidad con mayor violencia de género.
Hace escasas semanas un elemento intentó secuestrar a una joven, por fortuna sin conseguirlo. Si hablamos de puntos calientes la Playa de Palma y Magaluf siguen siendo tierra de vándalos; deambula por ahí mucho digno pariente de Genserico. Los trileros campan a sus anchas, los atracos a los turistas se suceden a diario, el famoso balconing se cobra una vida a la semana, las guerras entre bandas ya forman parte del panorama cotidiano, y los abusos sexuales a turistas forman parte del pan nuestro de cada día en la sección sucesos.
Nuestra moderna y embellecida Palma sigue cobijando a gran número de indigentes que duermen en el suelo y nuestros comedores sociales siguen repletos y con problemas para atender a tantas personas necesitadas. Mientras tanto a las autoridades «impertinentes» les preocupa más cerrar terrazas y limitar espacios de la ciudad.
Algo está fallando cuando uno comprueba tanto estado de locura junta en nuestra comunidad. Nuestra heterogénea sociedad está enferma; parece haber asumido lo más deleznable de su pluriculturalidad. Hemos cambiado por fuera pero el monstruo sigue en el interior. El paraíso está infestado de vándalos.
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