Desde que ganó sus primeras elecciones hace 20 años, el AKP del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha evolucionado desde un partido que se presentaba como una versión musulmana de la democracia cristiana europea a una formación en la que los principios islamistas han sepultado a las ideas liberales. Desde aquella victoria, el 3 de noviembre de 2002, y la elección de Erdogan como primer ministro seis meses después, el partido y su líder se han hecho hegemónicos en el país, controlando la política, la economía, la religión y los medios de comunicación.
Aunque el AKP surgió del partido islamista turco que desde 1970 había sido prohibido y refundado cuatro veces, sus planteamientos eran distintos y explican, en parte, su éxito. En lugar del Corán, los jóvenes del AKP reivindicaban los principios democráticos de la Unión Europea contra el nacionalismo laico que imponía el Ejército, incluso recurriendo a golpes de Estado, y se equiparaban a los democristianos, uniendo inspiración religiosa con ideas liberales que atraían a sectores de centroizquierda.
Su primer caballo de batalla fue la defensa del velo islámico, que el Gobierno militar golpista de 1980 prohibió en la función pública y en las universidades. Ese debate forjó la imagen de un partido defensor de la población devota, bajo constante ataque del Estado y las clases altas laicas. Al mismo tiempo, el AKP se ganó fama de buen gestor, dinamizando los servicios públicos con privatizaciones e inversiones en un país arruinado por una inflación de hasta el 100 %, y atribuyéndose el mérito del saneamiento económico que había iniciado el Gobierno anterior.
En 2007, el partido lanzó un ataque a la supremacía de las Fuerzas Armadas, guardianes del orden laico, que en 1997 habían forzado la caída de un Ejecutivo islamista. Para ello, el AKP se alió con la secta islamista del predicador Fethullah Gülen, cuyos seguidores fueron escalando puestos en la Judicatura y la Policía, y escenificó un juicio que llevó a la cárcel a cientos de oficiales acusados falsamente de preparar un golpe de Estado. A partir de 2010, los discursos de Erdogan, cada vez más islamistas, empezaron a polarizar la sociedad, ahuyentando a los sectores liberales. La ruptura se consumó en 2013, cuando una protesta ecologista en el parque Gezi de Estambul desencadenó multitudinarias manifestaciones en todo el país que llevaron el Gobierno al borde de la dimisión.
Erdogan superó la crisis con represión policial de las protestas e imponiendo su autoridad monolítica en el AKP, apartando a políticos más conciliadores y rompiendo con varios cofundadores del partido. «Hubo un distanciamiento gradual de los valores democráticos, con arbitrariedad y nepotismo en lo económico y un discurso populista», evalúa el politólogo Rashit Kaya en una conversación con EFE. La guerra de Erdogan para limitar el poder de su antiguo aliado Gülen desembocó en 2016 en un fallido golpe militar, atribuido a redes gülenistas en las Fuerzas Armadas, al que siguió una masiva purga que llevó a la cárcel a decenas de miles de jueces, policías y funcionarios acusados de simpatizar con el predicador.
En 2017 Erdogan ganó con un apurado 51,4 % de los votos un referendo para imponer un sistema presidencialista que eliminó el cargo de primer ministro e instauró lo que la oposición llama «régimen de un solo hombre». Ya con Erdogan como jefe de Estado, el AKP formó en 2018 una coalición electoral con su rival por el voto conservador, el ultranacionalista MHP, para poder mantener la mayoría absoluta. En las municipales de 2019, perdió las alcaldías de Ankara y Estambul. Paralelamente, grandes figuras históricas del AKP han ido abandonando el partido, que ha quedado reducido a un aparato al servicio del presidente, como denuncian diferentes analistas.
Al mismo tiempo, la economía se ha ido deteriorando, con la lira a la baja y una inflación disparada a máximos de 24 años. «El AKP ha creado muchas crisis políticas y económicas, especialmente en la segunda mitad de su gobierno; al principio dio pasos hacia la democratización y luego, con un giro brusco, adoptó políticas autoritarias», resume el politólogo Necmi Erdogan para EFE. Así, tras 20 años bajo el AKP, el país ha vuelto a donde estaba: con una inflación del 80 % y un Gobierno autoritario, ahora islamista, que persigue a todas las voces disidentes. Erdogan parece decidido a mantener esta dinámica hasta las elecciones de junio de 2023, en las que se juega todo: si pierde, no volverá a tener un cargo político; si gana, teme la oposición, el suyo será el único que exista.
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Una veleta este ERDOGAN, donde el viento fluya, otro satrapa.