La diabetes tipo 1 es una enfermedad autoinmune en la que el sistema inmunológico ataca y destruye las células beta del páncreas, responsables de producir insulina. Esta deficiencia absoluta de insulina impide que la glucosa ingrese a las células para ser utilizada como energía, acumulándose en el torrente sanguíneo. Este tipo de diabetes suele diagnosticarse en niños, adolescentes y adultos jóvenes, aunque puede aparecer a cualquier edad. Los síntomas suelen presentarse de manera abrupta, incluyendo sed excesiva, micción frecuente, fatiga y pérdida de peso inexplicada. El tratamiento requiere la administración diaria de insulina, monitoreo constante de los niveles de glucosa y una dieta equilibrada.
En contraste, la diabetes tipo 2 se caracteriza por una resistencia a la insulina, donde el cuerpo no utiliza eficazmente esta hormona, y una producción insuficiente de la misma. Este tipo es más común en adultos, aunque su incidencia ha aumentado en jóvenes debido al incremento de la obesidad y el sedentarismo. Los síntomas pueden desarrollarse de forma gradual y, en ocasiones, pasar desapercibidos, incluyendo visión borrosa, infecciones frecuentes y lenta cicatrización de heridas. El tratamiento se centra en cambios en el estilo de vida, como una alimentación saludable y actividad física regular, complementados con medicamentos orales o insulina en casos avanzados.
Una diferencia notable entre ambos tipos es su prevalencia. La diabetes tipo 2 representa aproximadamente el 90-95% de los casos a nivel mundial, mientras que la tipo 1 constituye alrededor del 5-10%. Además, la tipo 1 no está asociada con factores de riesgo modificables, lo que dificulta su prevención, a diferencia de la tipo 2, donde el sobrepeso, la inactividad física y una dieta poco saludable son factores determinantes.
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