Se trata de un gesto que hacemos desde pequeños. Tan pequeños que, ya desde la gestación, como bebés, damos nuestros primeros bostezos. La gran mayoría de personas tiene la creencia de que los bostezos están relacionados con el aburrimiento, el cansancio o incluso el hambre. Pero diversos estudios han demostrado que las personas también bostezamos cuando tenemos episodios de ansiedad o excitación.
¿Por qué bostezamos? Las investigaciones apuntan a razones que nada tienen que ver con lo que creemos
Tal y como explican desde Meteored, se han llevado a cabo innumerables investigaciones sobre los bostezos. Hasta no hace mucho, en los 80, la teoría más extendida sobre estos es aquella que vincula el bostezo con bajos niveles de oxígenos en sangre.
Sin embargo, posteriormente han surgido otras teorías sobre los bostezos: desde estar relacionados con estados de alerta frente a posibles peligros hasta asociarlos a una 'revitalización energética' del cuerpo ante el cansancio físico. Pero sin duda, la más aceptada actualmente es la teoría que defiende que los bostezos tienen una función clave en la regulación térmica cerebral.
Así lo explica Andrew Gallup, profesor de Psicología de la Universidad Estatal de Nueva York y con amplios conocimientos y estudios sobre el bostezo. Gallup defiende que el bostezo aumenta el flujo sanguíneo que va directo al cráneo. Esto puede tener diversos efectos y, uno de ellos, es el de enfriar nuestro cerebro. Así, se cree que cuando nuestra temperatura corporal sufre cambios bruscos, el cerebro reacciona y emite una señal que desencadena este actor reflejo.
¿Y por qué los bostezos son tan contagiosos?
A quién no le ha pasado, que ha bostezado y, de repente, la gente de alrededor comienza a 'imitarle'. Se produce una reacción en cadena. A veces, un bucle de bostezos en cadena que culminan con risas y ojos llorosos de tanto bostezar.
Algunos estudios apuntan a la empatía. Según quien defiende este planteamiento, cuando vemos bostezar a alguien sentimos la necesidad de acompañar esa emoción o gesto.
Según el estudio "Yawn Contagion and Empathy in Homo spaiens" (2011), Ivan Norscia y Elisabetta Palagi, sus autores, defienden la relación directa entre los vínculos sociales y la capacidad de contagio de los bostezos. Así, observaron que, el contagio era más común entre parientes, amigos, conocidos y extraños (por este mismo orden). Para Norscia y Palagi, esto era muestra clara de la relación del grado de familiaridad y la empatía con el contagio del bostezo.
Sin embargo, existen otros estudios que discuten este enfoque y se muestran contrarios al vínculo bostezos - empatía ante la falta de evidencias claras. De hecho, en otro estudio se analizó la relación de los bostezos, las estaciones y variaciones climáticas.
El resultado fue sorprendente. Según el estudio "Conagious yawning and seasonal climate variation", las personas bostezaron más en invierno y al estar durante un periodo de tiempo prolongado en el exterior. De hecho, la proporción de bostezos entre verano versus invierno fue significativa: 24% frente al 45% de la estación más fría.
Así, este último estudio descarta el factor de la empatía y refuerza la teoría del papel termorregulador de los bostezos. Aun así, sigue sin haber una explicación que aúne a toda la comunidad científica sobre los motivos que nos llevan a bostezar y por qué resulta ser tan contagioso.
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