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A los hombres siempre les ha gustado jugar a ser dioses, disponer caprichosamente de la vida de los otros, dictaminar lo que podemos o no hacer, decir, desear. Es un clásico. Tan aburrido como repetitivo. Lo que ocurre ahora es que, se ve que un poco cansados de guerras, invasiones, violaciones en manada, dictado de libros sagrados y normas a cumplir, han descubierto un juguete nuevo y muy excitante: la ciencia. Encerrados en sus laboratorios, con la bata puesta de día y de noche, y armados con miles de millones que proporcionan laboratorios farmacéuticos y gobiernos, la última moda es crear vida humana de la nada. Quizá sea una respuesta desesperada a la también creciente tendencia en las mujeres de liberarse del yugo de la maternidad.

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Precisamente es China la que está al frente del último avance en este ámbito: crear ratones viables que tienen dos padres varones, sin material genético femenino. La cosa, contada así, parece un chiste, pero tiene muchas implicaciones. Si me dejo llevar por la imaginación y la literatura de ciencia ficción, diría que es una respuesta institucional al hecho de que las mujeres de ese país –de todos los países asiáticos avanzados, en realidad– están renunciando en masa a tener hijos, incluso a tener pareja y a cualquier asunto relacionado con el sexo o el romanticismo. ¿Qué tal fabricar niños sin ellas? ¡Una fantasía largamente acariciada! Aunque todavía en pañales. Uno de los problemillas es que el ratoncito llega a adulto y parece gozar de relativa buena salud, pero no puede procrear. Es una especie de mula, con ella termina la saga. Habría que volver a iniciar el complejo proceso. Pero todo se andará. De aquí al mundo feliz de Huxley solo hay un paso.