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Entre las necesidades más básicas que debemos tener cubiertas los ciudadanos, más allá del derecho al trabajo y a la vivienda, que corresponden al Estado, está la de obtener la correspondencia municipal a los tributos a los que hacemos frente año tras año para que se gestionen con un beneficio plural, es decir, para todos.

En esa amplia relación de servicios ineludibles que deben ser proporcionados por el municipio está el de la seguridad en cuanto al estado del pavimento de la vía pública para que podamos pasear, caminar o incluso correr sin peligro de sufrir alguna caída por el deterioro de las aceras. Unido a ese mantenimiento imprescindible para disponer de esta seguridad, está mantener la iluminación de las calles de tal manera que permita a los residentes desenvolverse con una visibilidad mínima y poder transitar por ellas con tranquilidad.

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Cierto que no podemos presumir de un exceso de urbanidad para conservar los espacios limpios. Que tire la primera piedra quien no ha sacado una basura fuera del horario previsto o no ha ensuciado el asfalto lanzando papeles o colillas.

Pero en lo que atañe a la cuestión capital de la iluminación, son los gobernantes municipales quienes han de velar por su cuidado cada vez que sea necesario. No se trata de exigir que una bombilla sea repuesta el mismo día que se funda o ocurra una avería, pero restaurar la visibilidad en una calle que lleva tiempo en penumbra o con una luz ridícula, insuficiente para la gente mayor, sí es un problema cuya resolución ha de ser reclamada.

Esgrimir la falta de electricistas municipales en algunos casos, o aludir a la necesidad de acometer una intervención más elaborada y costosa, en otros, no son respuestas para quienes sufren esta precariedad que les pone en peligro.