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Noticias sobre desabastecimiento nos llevan a rememorar épocas pasadas, de escasez y racionamiento. Lo hemos oído contar, pero venimos de años de abundancia y opulencia. Las sensaciones son distintas. Vemos como natural e irreversible tener de todo y de manera rápida. ¿Qué pasa si hay una crisis de transporte, producción o suministro? Que las podemos pasar canutas.

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La psicología del hombre moderno se acerca muchas veces a la del niño malcriado: lo quiere todo, no sabe lo que cuesta y coge rabietas si no lo consigue. Esperemos que la cosa no empeore y quede en una breve reflexión sobre lo que disfrutamos y lo que podemos perder. «Cuanto más tengo, más quiero» refleja una actitud inmadura. Demasiadas veces aprendemos a las duras y nos volvemos irresponsables a las maduras. Lo conseguido no depende en su mayor parte de nosotros: se lo debemos a otros que lo sufrieron o pelearon. La ingratitud es otro síntoma de gilipollez.

Hay noticias que nos inquietan, pero ante las cuales nos sentimos impotentes. Creemos que estamos inmersos en una lotería que toca o no toca por puro azar. Nadie es culpable. Esperamos que alguien haga algo en alguna parte. La escasez puede ser de inteligencia o de productos básicos, aunque la inteligencia también debería serlo. Leemos en Proverbios, 17: «Mejor un bocado seco y en paz, que casa de contiendas llena de provisiones». Aquí tenemos un montón de contiendas. Solo faltaba el desabastecimiento.