Y un año más, cuando unos amigos se van, se hace tarde demasiado pronto. Claro que sí, que nos quiten lo bañado, que nos quiten lo abrazado, que nos quiten lo reído y que nos quiten lo besado. Qué jodida es la percepción del paso del tiempo, cuando te invade el aburrimiento y la monotonía se hace pesado como el plomo y no avanzan las manecillas del reloj ni para dios; sin embargo, cuando el disfrute te entra por los poros y te atreves a sonreír sin filtros para Instagram, el tiempo coge la velocidad de la luz y los días pasan como en un suspiro. Baste un ejemplo: lo tediosamente largo que puede ser una concierto de Taburete, en verdad se hace larga una sola de sus bobas canciones. Por el contrario, como vuelan los 120 minutos que dura la maravillosa película de Billy Wilder «Con faldas y a lo loco».
Vale, sé que el primero es un ejemplo actual y el otro un recuerdo viejuno, pero en ese balanceo me muevo, qué le vamos a hacer. A veces me imagino a un grupo de tunos, cosa más rancia no se me ocurre, luchando en el ring al estilo de Pressing Catch contra una banda de mariachis armados con guitarrones. No, queridos lectores, no sufro de un golpe da calor, aunque reconozco que las altas temperaturas influyen en la evocación de imágenes que produce mi tostado cerebro. Lo que ocurre es que la noticias que nos llegan no hay ni una sola buena. A lo rematadamente mal que estaba ya el mundo se la ha sumado una puñetera pandemia y una gira real para intentar limpiar la imagen de monarquías corruptas que parece que han robado más pasta que Leonardo DiCaprio en «El lobo de Wall Street». El caso, que me voy por las ramas, es que todo pinta muy feo, así que uno se agarra a las imágenes que le producen una ligera sonrisa, o a los hechos que te chutan una dosis de esperanza.
Que dos compañeros de trabajo se enamoren y decidan tener un hijo, pues te alegra. Que Nuria apruebe una oposición después de años estudiando, pues te alegra. Que Richard pueda seguir peleando por tener abierta su tienda de ropa, pues te alegra. Que Dani y María José puedan seguir currando un montón de horas por mantener su pequeño restaurante abierto a pesar de que no se lo ponen nada fácil, pues te alegra. Que Paco no pierda las ganas de seguir cogiendo su taxi para buscarse la vida a pesar de los buitres de Uber, pues te alegra. Que Joan se lo siga currando para repartir flores y lo que haga falta, legal, claro, para pagar su autónomo y seguir viviendo, pues te alegra. Que la Mari se quede en bragas en un restaurante para pedir matrimonio a la pareja con la que lleva más de veinte años, y con la que comparte dos hijos, pues además de alegrarte hace que te partas de risa por la surrealista y a la vez emocionante situación.
Que sí, que estamos en tiempos de ponerlo todo en condicional porque las certezas brillan por su ausencia. Y que sí, que la cosa pinta peor que en «Desembarco del Rey» cuando Danerys le pide a su dragoncito que escupa fuego a cascoporro. Sin embargo, si no buscamos noticias de kilómetro cero que nos inviten a seguir compartiendo una cerveza y a charlar con los amigos, vamos a caer en una oscuridad muy grosera que más vale evitar a toda costa, por inútil sencillamente. Así que si su primo le ha salido la fideuá para chuparse los dedos, o una amiga le invita al cine, o sencillamente las páginas de ese libro que tiene entre manos le evaden un ratito de la realidad, ¿no deberíamos saborearlo como si no hubiera un mañana? Feliz jueves.
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